o Este artículo lo he publicado hoy en Diario La Rioja en una serie que sale los jueves y que lleva por título Mira por dónde.
jueves, 1 de abril de 2010
LA DESAFECCIÓN
La desafección hacia la clase política es el peor de los males que padecen los países democráticos porque incide de raíz en la legitimidad del sistema. Pero este desencanto no ha llegado por casualidad, se viene larvando desde tiempo inmemorial por unos políticos que parecen enredados en sus cuitas obviando con descaro lo que sucede a su alrededor. Vivimos una crisis económica feroz, las cifras del desempleo hace tiempo que han superado lo osceno y leyendo los periódicos da la sensación de que el asunto no vaya con ellos. Su desprestigio es tal que a casi nadie parece escandalizar la barbaridad de Matas, que se ha hecho rico, riquísimo, a costa de los presupuestos generales del Estado, a costa de nuestros impuestos. Ahora es Matas, ayer el Gürtel, antes de ayer… La corrupción es inherente al hombre, sin duda, pero no al sistema. Y el sistema parece aguantar casos y cosas protagonizados por toda suerte de sinvergüenzas sin atragantarse nada a casi nadie, sólo ríos de tinta, declaraciones de unos y réplicas de otros. Rajoy tiene la obligación moral de limpiar su partido. Él es la única alternativa a un ZP cada día más alejado de una realidad que no se compadece con sus sueños de grandeza, con sus discursos de optimismo escatológico, con el propagandístico Plan E y con esa Ley de la Dependencia cada vez más destinada a quedarse en papel mojado. Ésta iba a ser la legislatura del pleno empleo, dijo. Y continúa callado, igual que Rajoy permanece en silencio ante el hartazgo de una sociedad que mira a su partido de la misma forma que observaba a aquel PSOE de la corrupción impávida de los noventa. Y miraba con espanto, con incredulidad, con rabia. Pero ahora es mucho peor porque no se confía en nadie. Es decir, la desafección pura y dura, lo que vivimos y la que ahora mismo yo siento.