No he hablado más que una vez en mi vida con Baltasar Garzón. Fue en Calahorra, en el callejón de la plaza de toros, donde el entonces empresario del coso le habilitó un espacio en el burladero central para ver el regreso de El Juli con los mismos toros, los de Jesús Gil, que unos meses antes habían corneado a la joven estrella de forma dramática en uno de sus primeros percances. Me acerqué a él y me quedé impresionado por las perfectas ondulaciones de su bien cuidada cabellera, por sus gafas doradas y el abrigo guapo que gastaba (era marzo). Me gusta El Juli, puntualizó, pero no sólo he venido a verle a él, me aseguró moviendo el dedo índice con la levedad de un hombre que había estado ya en los tres poderes: el judicial, el legislativo y el ejecutivo. Tres es uno: el Garzón puro; el juez estrella por excelencia, el mismo que marcó la 'X' del Gal y que meses después iba debajo de aquella equis en la lista del PSOE por Madrid. Garzón, la fiera incorruptible que puso el país bocabajo con los juicios de Lasa y Zabala, que envió a la cárcel a Vera y a Barrionuevo, quienes justamente en la puerta del trullo fueron despedidos por Felipe -la equis- González. Garzón zaherido tiene mucho peligro. Garzón, el juez sin remisión de los procesos mastodónticos del Gara (¿); el que estuvo a punto de irse cuando encontró la Guardia Civil el zulo donde yacía Ortega Lara. Aquel PSOE de Corcuera y el bellotari le juraron odio eterno. Y ahora, otro lío garzonita más con la historia de la imputación a Franco y la querella de Manos Limpias y la Falange. Almodóvar, Bosé, Sacristán y otros destacados artistas de la izquierda multimillonaria han salido como un solo hombre a defenderle. Será la pasión lo que les conmueve. Yo no me lo explico.
o Este artículo lo he publicado hoy en Diario La Rioja en una serie que sale los jueves y que se titula Mira por dónde.