Diego Urdiales marca las diferencias ante una desesperante y mansa corrida de Victorino Martín en Zaragoza
Diego Urdiales volvió a marcar diferencias ayer en Zaragoza ante una pestosa corrida de Victorino Martín, un envío bien presentado pero vacío totalmente de casta, ahíto de poder y ante el que hacer el toreo era una empresa que se antojaba utópica, un empeño imposible con el que el torero arnedano expuso toda su ciencia, todo su valor y buena parte de sus esperanzas. Pero no pudo ser a pesar de que rozó una oreja con el primero de su lote en una meritoria faena en la que fue capaz de hacer embestir a un toro que mediado el trasteo se derrumbó estrepitosamente midiendo con su anatomía el albero maño. El toro, un buen mozo de 569 kilos, sembró el pánico nada más salir al ruedo porque al saltar limpiamente al callejón fue capaz de asomarse con su gaita (pitones incluidos) a las primeras filas del tendido, rozando con los cuernos a una aficionada de barrera que salió milagrosamente indemne. La plaza quedó unos segundos consternada y el toro paseó su anatomía por el callejón en unos momentos dramáticos. Diego le esperó con el capote en la bocana de la puerta de la barrera, y ante revuelo que se montó en la plaza dibujó un fajo de excelentes verónicas en las que empezó a marcar diferencias con sus compañeros de terna. El torero riojano se sacó al astado a los medios con guapeza tras un tercio de caballo en el que el toro comenzó a acusar su falta de casta y el tremendo porrazo del salto al callejón. Tras la primera tanda con la derecha el toro perdió las manos y se derrumbó de manera espectacular. En ese momento nadie daba un duro por la faena; nadie menos Diego Urdiales, que comenzó a tirar de oficio, valor, colocación y técnica para hacer embestir a un animal que parecía a esas alturas estar totalmente amortizado. Se cambió la muleta a la mano izquierda y logró varias tandas de inverosímiles naturales. La plaza se metió en la faena y sólo el pinchazo que dio antes de despenar al toro de una certera estocada le privó de una merecida oreja. El quinto, más terciado, tampoco le dio demasiadas opciones a pesar de que se lo dejó crudísimo en el caballo para certificar que venía dispuesto para conseguir el triunfo. Lo poco que tuvo se lo sacó con la técnica de exprimidor de limones: colocación precisa, mucho temple, verticalidad y esa forma que tiene de pisar los terrenos más comprometidos como si se estuviera comiendo un chupa-chups. Logró ligar varios muletazos en redondo pero por la izquierda el toro no tenía ni uno. Le pisó la muleta, lo volvió a intentar pero era un afán imposible cualquier lucimiento.
A estas alturas de la temporada y con la cabeza puesta en Madrid corre la sensación de que el día que a Diego Urdiales le embista un toro (o medio le embista) se puede liar gorda. Al tiempo.
El resto de la corrida fue un verdadero tostón porque los astados de Victorino Martín decepcionaron sin ambages: mansos, sosos y lo que es peor, con una sensación en el ruedo de indolencia desconocida en una ganadería que siempre ha mantenido el interés de los aficionados precisamente por todo lo contrario. Una verdadera pena. Antonio Ferrera se encontró el menos malo del festejo –el cuarto–, con el que tras un vibrante tercio de banderillas no se detuvo ni un momento a intentar torear y Paulita se estrelló literalmente en su plaza ante un lote parado, desolador y patético.
o Toros de Victorino Martín, bien, aunque desigualmente presentados. Mansos, sosos y descastados. Antonio Ferrera: Silencio y silencio tras aviso. Diego Urdiales: Saludos tras aviso en ambos. Paulita: Palmas y silencio tras aviso. Incidencias: Media plaza en tarde de mucho calor.