De hecho, nuestra clase política ha demostrado una capacidad para hacer de lo irrelevante cuestión de Estado realmente increíble. Hemos visto comparar el toreo con el maltrato, con la ablación de clítoris y con cuestiones similares y casi nunca ha pasado nada. Los políticos se suelen callar porque es mejor navegar a favor de la corriente que posicionarse ante algo que como los toros tiene mala prensa, porque la tienen, porque es mejor decir que son tortura que intentar comprenderlos. Y además, son españoles y tienen ese tufillo rancio y predemocrático. Por eso resulta gratuito insultar el toreo y ponerse a favor del toro como hace hoy en Roto en El País (El Roto hoy se ha convertido en Walt Disney en blanco y negro).
Y está en su derecho. Vivimos en un país libre y todo el mundo puede opinar. Por eso opino hoy y aplaudo a Esperanza Aguirre, que se ha encaramado a todas las portadas con un capote, con un capote de torero, con un capote como el de Paula, el de Curro, el de Ponce o el de Morante. Fuera los complejos, ha dicho esta señora, a la que todo el mundo pone a bajar de un burro y a la que ahora los bienpensantes de turno la han tachado de provocadora por defender lo que le gusta, el toreo. Ya me gustaría a mí que otros lo hicieran con su vehemencia, y no me refiero a los políticos, que también, me refiero a muchos de los profesionales del toreo.