Cuentan las crónicas que Miguel Abellán "realizó un desplante algo fuera de lo común acostándose frente a la cara del toro como si estaría tomando sol, lo que hizo que el público estallara y se levantara de sus asientos pidiendo el indulto, el cual la autoridad no dudó un solo momento en concederlo, recogió los trofeos simbólicos y dio la vuelta al ruedo".
No me pregunten por la cara que he puesto cuando he contemplado la imagen del torero por el suelo; el toro con medio metro de lengua fuera, humillado, rendido, exhausto. Y Abellán allí, a guisa de pic-nic, con la muleta abandonada, hecha un churro por allí y él mismo, también tirado, componiendo una estampa tan pintoresca como deleznable. Habrá quien dirá que es una genialidad -"no lo puedo explicar porque me salió de dentro"- pero hay códigos inmateriales pero reales en el toreo que explican cuando una taleguilla ha de besar el suelo y cuando no. Y nunca se trata de una decisión, de un desplante ocurrente o de hacer el chorra en una plaza. El vestido se respeta porque se respeta la profesión, creo.
Duele, pero no sorprende, ver a Miguel Abellán de esta guisa, acostado, tirado en el suelo, de merendola por el ruedo, con un sobrero de regalo, y de indulto (hay que ver lo que se tiene que ver por ahí), haciendo el bobo en una plaza. Duele Abellán, un torero que tuvo ser figura en su mano, que se ha jugado unas cuantas veces la vida como un perro, y que anda ahora haciendo chirigotas como ésta.
o La foto es de la web Latitudes Taurinas, y se puede acceder a ella pinchando aquí.