El escritor vino a Granada a estudiar atraído por la fiebre de la tauromaquia que embargaba a Hemingway
LA OPINIÓN. MÁLAGA. No eran sólo las suecas. Ni las aguas paradisíacas, de leyenda todavía virgen. La Costa del Sol también cautivaba por su lenguaje ancestral, andaluz, ibérico. Su nombre se elevaba con los atributos románticos del sur y nuevas prestaciones. Eso, en los cincuenta, suponía algo más que un plan de marketing. Eso está en la memoria de grandes nombres. También en las solapas de los libros. De Frederick Forsyth, el archiconocido escritor de bestsellers, se decía que había estudiado en Granada. Una edición antigua de ´El Chacal´ cuenta otra cosa. El escritor, de intrincada biografía, fue piloto, cronista de guerra. Aunque ejerció otro oficio. Al parecer, aprendiz de torero en Málaga. ¿Una astracanada? ¿Un reclamo editorial? No, un capítulo asombroso, lleno de extrañeza, de luz generacional. Influencia de Hemingway. Forsyth, que vendió millones de libros en España, no vino a Andalucía para estudiar Derecho. Lo de Granada fue únicamente una coartada. Como tantos jóvenes británicos, había leído a Hemingway y tenía inoculada la fiebre de la tauromaquia. En apenas unos meses, de manera subrepticia y un tanto canalla, abandonó la ciudad de la Alhambra y se trasladó a Málaga con el objetivo de matricularse en una escuela de toreo. Lo logró, aunque, al final, no consiguió tomar la alternativa. El autor más famoso de la década de los setenta pudo haber no escrito ningún libro y alcanzar la gloria con sobrenombres como el niño sonrosado o la muletilla de la Gran Bretaña. Pero no. Según confiesa en una entrevista en The Independent, su padre se percató de la aventura y tardó menos de dos días en desplazarse a la Costa del Sol. De torero, nada. Lo persuadió de la única manera que tienen los padres de buena familia para enderezar a las criaturas rebeldes. "Si lo dejas te pago un verano en Tánger". El estoque o la capital de la bohemia. El joven Forsyth, de apenas dieciocho años, no necesitó poner piedras en la balanza. Mejor un padre que un toro. Y un billete para el desmadre.
El negociador en Málaga. El considerado renovador de la novela de intriga sació su hambre aventurera con otros campos de excitación garantizada: fue uno de los pilotos más jóvenes de la Royal Air Force, se desempeñó como corresponsal de guerra para Reuters y la BBC. Pero nunca se olvidó de sus meses en Málaga. De su nostalgia saben mucho en el restaurante madrileño Casa Botín, uno de los templos gastronómicos de la tauromaquia, donde todavía resulta un asiduo. Allí evoca pasajes de la Costa del Sol, de sus visitas posteriores a Marbella. La provincia le dejó una huella que se puede rastrear en sus novelas. En ´El negociador´, publicada en 1989, el protagonista está retirado en un pueblo del Mediterráneo. ¿Adivinen cuál? Lo tienen muy cerca, sólo hace falta que se asomen por la ventana. El autor de ´Odessa´ nunca saltó al ruedo de La Malagueta. Pero tampoco se olvidó de los toros. El capote es la frustración que acompaña una vida intensa, casi literaria. Hace poco le preguntaron si estaría dispuesto a retomar su sueño. Su respuesta no tiene desperdicio: "Cuando bailamos, mi mujer me dice que mis rodillas suenan como una cancela medieval". Nada que hacerle. No habrá debú del malagueño de Ashford. La vieja guardia de anglosajones ilustres no vino a la provincia a vaciar la provisión de cervezas y licores para combinados. Hemingway, Orson Welles y el propio Forsyth, cada uno en su categoría artística, acudieron a llamadas más elaboradas. Los tres tienen en común la pasión por las tradiciones de Andalucía. La vida y la muerte del torero, la sangre enfebrecida del flamenco. El mejor punto de observación: la Costa del Sol, la fundación de la época dorada. La encrucijada espiritual entre la vanguardia europea y el sur bravo y anacrónico. Esto es, esto era Málaga.