Ferrando Terremoto tenía una voz que hace temblar el misterio, una voz sobrecogedora que no necesita ninguna clase de amplificación para resonar redonda y monumental, para resultar atronadora e irremediablemente antigua, añeja y enquistada en lo más hondo de la jondura y en lo más negro de esas voces a las que se definen como oscuras porque de ellas sólo trasciende una emoción incomprensible, palpitante; sin duda, casi un temblor que araña desde la garganta hasta el corazón pero del que nadie es capaz de dibujar ni hacer cartografías ni tratados. Está ahí –dejemosla ahí– para cerrar los ojos y ver cómo surgsus malagueñas. No se puede cantar más puro, ni más flamenco, ni más torero, que diría uno que yo me sé. Fernado Terremoto, hijo de otro Terremoto y heredero del ser y el no ser de una formidable saga, es un claro exponente de que el arte, a veces, se lleva en los genes y que lo que él hace no hay academia que sea capaz de enseñarlo. A Terremoto lo parieron así, cantando y doliéndose de verdad, como dicen los cabales, que aquel jueves que lo vi en Logroño se miraban unos a otros entre incrédulos y ensimismados: “Esto es el flamenco”, barruntaban, mientras parecían transmitirse en la oscuridad melancólica del Salón de Columnas la íntima satisfacción de ver que lo que estaba sucediendo en el escenario era su propia revelación, la revelación de todos.
Empezó la actuación por una toná revieja y ensimismada. Silencio absoluto y desnudez en el acompañamiento, apenas unos leves chasquidos rompieron la dura fragilidad de este cante. Prosiguió por tientos-tangos y la cosa tocó techo gracias a la mentada malagueña, en la que la voz del “Terremoto” iba moviendo su epicentro con una magia y un proverbial sentido del flamenco en su más puro estado de inquietud. Cada tercio, cada remate le salían distintos; unos delicados y suaves experimentado retruecanos gracias a una garganta poderosa; otros, casi en silencio bajando los tercios hasta el suelo, para en el momento más inesperado, y sin tomar aire –qué arte de respiración– volver por la senda del grito redondo y armonioso. Se fue a descansar. Creo que toda la concurrencia también lo hizo. Volvió, ensayó una siguiriya en la que lo volvió a bordar y se arrancó por fandangos caracoleros y gitanos. Más o menos a la altura de la segunda copla se levantó, dejó el micro sólo para la guitarra y no se volvió a sentar. Remató el concierto por bulerías de Jerez, su tierra. Tuvo tiempo para echarse un bailecito y el público de la sala Rex sólo consintió que se fuera tras otra clamorosa ovación.
o Muere Fernando Terremoto. Artículo de Juan Vergillos, en Diario de Sevilla. Tenía 40 años y heredó el eco jerezano de su padre, siendo un bastión de los estilos más característicos y clásicos del barrio de Santiago de su ciudad natal (más información, aquí)