Tengo miedo, lo confieso. Leo en los diarios las estadísticas (debajo de las multiplicaciones hay una gota de sangre de pato, escribió Federico en Poeta en Nueva York) y no salgo de mi asombro porque cada día que pasa redoblamos a todos y cada uno de los países de nuestro entorno en cualquier suerte de lamentables tasas: paro femenino, masculino, mayores de 55 años, primer trabajo (los jóvenes parados superan el 35 por ciento) o en ese ritmo aterrador de 9.000 desempleos diarios, 9.000 tragedias cotidianas que pasan casi desapercibidas en gruesos titulares a cinco columnas que parecen sólo interesados en Mariano Rajoy, el Gürtel de Camps y su amigo el pijo Ricky (Costa, se entiende) o los inauditos berrinches entre Esperanza y Alberto por un quítame allí esa Caja Madrid de sus entretelas.
9.000 desesperanzas cada amanecida, ahí es nada la cifra mientras a Prenafeta, por decir uno de los últimos pillos pillados, le ponen los grilletes y en Santa Coloma de Gramanet (otrora corazón del cinturón rojo -y flamenco- de Barcelona) agoniza un otoño con el alcalde rico y a la sombra del último desfalco conocido, de uno entre tantos, porque el mapa de la corrupción en España no sabe de hechos diferenciales ni de mecanismos autóctonos. Es decir, aquí se manga en castellano y en catalá, se roba en gallego y en euskera, en bable, en andaluz, se choriza en huertano y en valenciá y hasta en canario y si es en la Gomera, a puro silbo se habrá llevado alguno una recalificación en la cartera.
Crisis y ruina, desastre, bochorno, desconcierto e impotencia. 9.000 personas a la calle cada día. ¿Seré el próximo yo? ¿Lo será usted? Y ellos, nuestros representantes, tirándose las urnas a la cabeza. ¿Las llenaremos de votos en los próximos comicios?
o Este artículo lo he publicado hoy en el Diario La Rioja en una serie que sale los jueves y que se titula Mira por dónde.