jueves, 26 de noviembre de 2009

Me ofrezco para diputado

Me ofrezco para el Congreso, señores políticos. Así, públicamente, sin tapujos y desde el capitel hasta la base de esta columna que por ustedes no tiene inconveniente alguno en ser jónica, cónica o corista. Yo no hablo mal, de veras, aunque me imagino que este detalle apenas importa porque en el Congreso apenas predican nada más que los portavoces, los ministros y cada glaciación los grandes líderes, los que engolan la voz mientras se atan y desatan el botón de la chaqueta o juegan con las gafitas una y otra vez como si tuvieran un tic.


Por cierto, frente al espejo he practicado con mis anteojos, con el botón de la levita del pijama y con un montón de folios a los que trato con mimo (estaban en blanco, claro); pero soy capaz de estar hablando con ellos en la mesa el tiempo que sea menester: hablo de planes y resoluciones, de cambios en paralelo de situaciones críticas y de rentabilidad de los sectores emergentes; de la categoría filosófica de las ideas y de la revolución del pensamiento; hablo de fútbol, de literatura y hasta de pádel; si me preguntan por un pantano o por una escuela me hago maestro o ingeniero como Kiko Veneno se hizo mecánico por una chica. Pataleo muy bien, a compás, si quieren; y sé que como pasan muchas horas en cafés, bares y ambigús del entorno de la carrera de San Jerónimo, tengo una inacabable colección de toda suerte de chistes; imito a Chiquito y duermo de cine en aeroplanos y ferrocarriles.


Fíchenme, señores políticos, que se lo juro que no se lo voy a decir a nadie. Que aunque el exceso de trapo -escribió Lope- cubra la falta de ingenio, un tipo como yo, con tantas virtudes, merece un escaño y ser unos años, sencillamente, 'su señoría'.


o Este artículo lo he publicado hoy en Diario La Rioja en una serie que sale los jueves y que se titula Mira por dónde.