
Sin embargo, en el país de Obama (yes, we can), y patria de todas las libertades, siguen matando a la gente como cochinos, como a Romell Broom, un negro de 53 años, condenado por violar y asesinar una niña de 14, que sobrevivió a su propia ejecución después de dos terribles horas en las que intentaron a través de 18 pinchazos encontrarle una vena para administrarle la letal dosis. Terrible. A mí me recuerda cuando ejecutan en Irán a los disidentes colgados de una grúa. Allí la muerte es industrial; en Estados Unidos, química. Pero muerte al fin, muerte de laboratorio que se ampara en una maraña legal en la que se disipa cualquier responsabilidad y, lo que es peor, el más mínimo sentido de la justicia. Obviamente, Obama no ha tenido tiempo para meter la cuchara en el asunto de la pena capital, pero a estas alturas de la película me parece una broma de mal gusto conceder un Nobel al presidente de una nación donde no se respeta el principal de los derechos humanos: el de la vida.
o Este artículo lo he publicado hoy en Diario La Rioja en una serie que sale los jueves y que se titula Mira por dónde.