o Impresionate la belleza y profundidad del toreo de José Tomás. La grabación de estas imágenes es de Santiago Navascués, de El Toril, de Alfaro. Así lo relatan en su blog gracias a la pluma de Alfonso Valdecantos, un aficionado de bandera y con el que siempre tengo un momento para recordar la maestría de Joaquín Vidal, en la vida, en la literatura y en el toro.
Inolvidable
José Tomás cortó cuatro orejas en la Monumental de Barcelona y enloqueció una vez más a la plaza con su pureza, su parsimonia en la cara de los toros, por el ajuste y la verdad de los embroques, por el temple exquisito que imprime a cada suerte y por ese hacer suyo, que parece como que no hace nada. Porque José Tomás se juega la vida sin ningún aspaviento, con una tranquilidad que inquieta, sobre todo cuando se prodiga en los estatuarios o en chicuelinas muy ajustadas.
José Tomás es un torero magnético, no sólo por la especial relación que vive con los públicos, que estallan en júbilo, lo vitorean y se emocionan con su toreo, sino porque su técnica también es magnética. Al hilo de su técnica, traigo al recuerdo esa explicación de la técnica del toreo que tantas veces ha explicado el maestro Esplá. Aquello del toreo en círculo, de las fuerzas centrípetas y centrífugas que sufren los dos cuerpos cuando se traza la elipse que supone el trazo del muletazo, en definitiva, el magnetismo que hay entre toro y torero cuando se produce el encuentro.
Luis Francisco Esplá describió esta teoría como la forma más perfecta de torear, hacerlo en círculo. Alguna vez ha logrado explicarla de forma práctica, como cuando este año cuajó la que posiblemente fuera la mejor faena de su vida, a un toro de Victoriano de Río de nombre Beato, al que logró cortarle las dos orejas el día que se despedía de la plaza de Las Ventas. Pero quien de verdad ha echo el toreo siguiendo estos cánones es José Tomás. Ese magnetismo, del que hablábamos, está muy presente en su toreo, porque nadie como él se ha pasado tan cerca a los toros.
Mejor dicho, nadie se los ha pasado tan cerca y con tanta pureza a la vez. Porque Tomás es un torero profundamente clásico, no se salta ni uno de los pasos de ese dogma del toreo que todos conocemos: parar, templar, mandar y cargar la suerte. La perfección técnica de un torero que está en su mejor momento artístico, de un torero que está maduro, cuajado y sintiéndose, eso es lo que vivimos ayer en Barcelona.
Resultó especialmente emocionante el recibo de capote al quinto de la tarde: el capote mecido y templado, casi sin sacar los brazos, haciendo girar al toro totalmente sobre si, produciéndose la sensación de que el toro y el tiempo se paraban por un instante. De nota superior fueron los naturales al segundo de la corrida, de escalofrío los estatuarios de inicio de faena y de cante grande los remates por abajo con que adornó su actuación.
De la tarde aciaga de Julio Aparicio sólo recordaremos la media docena de excelsas verónicas con las que recibió al primero. En ese toro estuvo animoso con la muleta, pero sin redondear nada. Después pegó dos "espantás", tanto en su segundo, como en el que tuvo que matar por la lesión del de la Puebla.
Alguna verónica suelta de auténtico cartel de toros dejó Morante en el único que estoqueó, un toro de corta embestida y poca entrega. Lo fue metiendo en la muleta con despaciosidad y temple, logrando pasajes bellísimos. Los remates perfumaron la plaza entera de sevillana torería. Tras una buena estocada recibió una merecida oreja. Lástima que se lesionara la mano al entrar a matar y no pudiera lidiar el segundo de su lote, un buen toro que desbordó a Aparicio.
Una tarde de las que hacen afición, otra actuación rotunda de José Tomás, que una vez más, revindicó con fuerza la fiesta en Barcelona. Una tarde inolvidable.