Confieso que soy un tipo ecléctico, que estoy abierto a casi cualquier cosa, que las tribulaciones de los artistas, de los creadores o de los cocineros, siempre suelen concitar mi interés y mis desvelos. Y ayer, en ese privilegio que significa ser jurado (es decir, probar, catar y gozar de casi medio centenar de tapas), disfruté al máximo tanto con los ojos como con el paladar, a pesar del frenesí de champiñones, pimientos, bizcochos de jamón o hilillos de pan brioche rellenos de verduritas asadas con los que tuvimos que lidiar en hora y media deliciosa, estresante y divertida hasta decir basta.
Sin embargo, aunque el paladar era el sentido más apreciado a la hora de puntuar, todas las percepciones humanas tenían un lugar en este azaroso mundo de la valoración. Y eso lo saben a la perfección nuestros cocineros/as de barra, que en esta ocasión apuraron al máximo la puesta en escena para sorprender con verdaderas obras de arte, con pequeñas arquitecturas a base de panecillos enroscados, de sarmientos de coberturas de chocolate o timbales con varias estrategias para su sabrosa percusión.
Pero siempre existe un más allá (la verdad está ahí fuera) y ayer la encontré con un caparrón de Sorzano envuelto delicadamente en una careta de cerdo condimentada a baja temperatura con su mostaza de guindilla. La tapa en cuestión se presentó en el típico ‘contenedor’ de hamburguesas y se definía a sí misma como un ‘hot dog’ de careta de cerdo, así como suena. Es decir, un perrito caliente de rostro del animal más entregado de la creación. Pero si era sorprendente su presentación, su goce en la boca no era cuestión baladí. Es decir, en La Rioja el fast food es mucho más que una cuestión de idiomas.
o Este artículo lo he escrito hoy en Diario La Rioja sobre el IX Concurso de Tapas de La Rioja, en el que se ha impuesto un Loncheado de pluma ibérica sobre borracho de Rioja y chips de Yuca, elaborado por el bar Hispano de Nájera. Más información: aquí y aquí.