Pablo Hermoso de mendoza volvió a sacar la tiza de profesor y llenó ‘La Ribera’ toda con el aroma de esa maestría suya insuperable, con esa elegancia frugal y supina con la que torea con hondura pero sin un atisbo de rubor, sin una mota de esa afectación que suele inundar el rejoneo de saltos y quiebros, de ovaciones huecas y de palmas por doquier tras tanto caballazo para la galería o para las estadísticas, cuestión que en el toreo cada vez es más banal. Y es que en Pablo todo se resume en una torería esencial en la que cada paso que da se materializa una intención y una estrategia para obtener de cada toro la bravura más recóndita, esa embestida que estaba ahí pero que se esconde para todos los demás. Por eso, el maestro carga de signficados cada embroque y otorga a cada capítulo de la lidia una razón ritual y pedagógica, como ayer a lomos de Curro al recibir al primer toro de la corrida, un bravo y encastado ejemplar de Ángel y Sánchez, al que era necesario enseñar, domeñar y templar para que apareciera Chenel y nos demostrara que su toreo no coquetea con lo sublime, es sencillamente sublime. Chenel arrebata y consume y llega cada tarde a unas cotas de perfección que sus trincherazos, cada vez más ajustados, llevan al aficionado al mismo paraíso de la tauromaquia.Y cerca de ese cielo estuvo también ayer Sergio Domínguez, que dibujó su mejor y más importante tarde en Logroño en el sexto, tanto a lomos de Oasis, con el que anduvo de costado con singular arrebato y compuso dos excelentes banderillas, como con esa maravilla de la naturaleza que es Gallito, un caballo de una expresión torera descomunal, de una gitanería que le hace navegar por el ruedo con su melena al viento y que quiebra con compás y ritmo. Pero las espadas, cautivas de suerte, arruinaron las banales estadísticas.
o Esta crónica la he publicado hoy en Diario La Rioja; la foto es de www.pablohermoso.net
