El cuarto de la tarde traía la luz de la embestida en sus acucharados pitones. El cuarto, un majestuoso Torrestrella un tanto meano en Tamarón y que le atendía por Soleado, embistió como los ángeles y Diego Urdiales se entretuvo en cuajarle una faena de las que no se olvidan, una faena paradisiaca y tan rotunda que cuando adelantaba la muleta para embarcar el natural o el redondo, y ligarlos con el de pecho, se nos paraba el corazón de tanta lentitud, de tanta armonía, de esa torería que derrochó el arnedano sobre ‘La Ribera’ en una actuación que pasará a los anales de esta plaza.
Toro y torero, perfecta conjunción de ritmo y temple, de colocación y mecánica precisa para lograr naturales plenos de empaque, redondos al ralentí, cambios de mano, ayudados por bajo,... en fin, una bellísima sucesión de estrategias en una labor marcada por la distancia precisa y la calidad de un torero que pide toreando que le dejen torear. Es decir, que llama a las puertas de las ferias de España con el argumento máximo: el del toreo, el del valor sin aspavientos para plantar una viña de tempranillo allí donde le soliciten que descorche el aroma de Rioja que le corre por sus venas de torero de clase, de artista, de torero con alma al fin y al cabo. Y la verdad es que llevaba tiempo Urdiales buscando un toro así, tan bravo y codicioso que desde el primer momento lo cuidó con esmero en varas y se puso a torear sin más preámbulos que armar la muleta y citar. Yla plaza toda, en la primera tanda, rota; hasta el final, hasta la calurosa vuelta al ruedo tras el fallo con la que casi nunca marra Diego. ¡Pardiez!
Sin embargo, la puerta grande estaba en la canasta gracias al primer faenón, que si ahora puede palidecer tras la lección dictada con el cuarto, tuvo la inaudita perfección de imponerse a un toro exigente al máximo, un toro que salía de cada lance con los pitones por encima del estaquillador y que se revolvía con ansia por el izquierdo. Ahí apareció el Urdiales lidiador y su muleta sometió como un látigo al toro Capullito, que al final no tuvo más remedio que entregarse a un diestro, Diego Urdiales –mayor de edad, casado, padre de una niña y natural de Arnedo– que nos paró a todos el corazón con su muleta.
o Feria de San Mateo. Toros de Torrestrella: bien aunque desigualmente presentados. Con movilidad pero sin humillación. El primero fue un torbellino pero muy exigente. 2º, noble y feble. 3º, noble pero sin humillar. 4º, excelente, noble y bravo. 5º (devuelto por partirse el pitón), sobrero de Ortigao Costa, muy bien presentado y muy serio por delante, pero muy parado. 6º, gran toro, aunque sin humillar por el izquierdo; Diego Urdiales: dos orejas y vuelta al ruedo; Matías Tejela: silencio en su lote; Sergio Aguilar: silencio tras aviso y saludos. Plaza de Toros de La Ribera; 1ª de la feria, algo menos de tres cuartos de entrada. (Esta crónica la he publicado hoy en Diario LaRioja). La foto, bellísima, es obra de Miguel Pérez-Aradros.