Los viajes, los hoteles, el toro y las reflexiones de un día de corrida con el matador riojano Diego Urdiales
La habitación de Diego Urdiales hierve los días de corrida. Él prefiere la soledad, la confidencia con sus íntimos, la conversación con su mozo de espadas, Antonio Briceño, o con la gente de su cuadrilla. Pero el ser humano es curioso y la alcoba de un matador los días de toros destila ese raro aroma de lo desconocido porque casi todo el mundo sabe que lo que sucede entre esas cuatro paredes coquetea con lo trascendente. Urdiales toreó en Alfaro el domingo, venía de triunfar en San Sebastián y tras la corrida le esperaba otra vez el asfalto para llegar a Dax (Francia), donde hizo el paseíllo sin demasiada suerte el lunes. Pero un torero no viaja solo, el séquito es voluminoso: la cuadrilla (tres banderilleros y dos picadores), mozo de espadas, ayuda, apoderado y cuando se puede, algún hermano, el padre y los amigos. Todos tras su estela; de hotel en hotel cuando se torea y en casa los días de esperanza o los de morderse los dientes; y de estos últimos el torero arnedano ha saboreado demasiados; por eso ahora, cuando ha llegado el momento de «sentirme torero», se agarra con fuerza a cada corrida, a las oportunidades que surgen para hacer «lo que más anhelo, ser torero, vivir en torero, sentirme torero».
Sin embargo, cuando torea y las distancias lo permiten, Diego Urdiales prefiere dormir en su casa, al lado de Marta –su mujer– y Claudia, su pequeña hija: «Ellas me dan toda la fuerza que necesito, son mi refugio y mi motivación», asegura con la inquietud y las esperanzas que le provoca la cita de este domingo en la plaza de Bilbao, el coso donde el año pasado firmó una de sus mejores actuaciones de la temporada y donde le espera una apabullante corrida de Victorino Martín.
Pero volvamos a la habitación de los hoteles donde se larvan los sueños. Allí el jefe es el mozo de espadas, un auténtico road manager que organiza todos los perfiles de su matador: desde las entradas que ha reservado para amigos y compromisos, hasta toda suerte de detalles referidos al vestido, los trebejos de torear o las curas de las lesiones. Briceño, en el caso de Diego Urdiales, es especialmente cuidadoso y nada queda al albur de la improvisación: tres corridas, tres o cuatro vestidos, capotes, muletas, espadas... todo en perfecto orden de revista para cuando llegue la hora. Por eso, en cualquier lugar se seca una camisola, el corbatín o la taleguilla se somete a un arreglo de última hora con una precisión en las agujas de auténtico sastre.
Un clásico
El torero riojano es un clásico y en su habitación siempre reina el orden: le gusta el silencio y tras la siesta sólo acceden amigos íntimos y los profesionales. Antes de torear le gusta pasear y relajarse: «No voy nunca a los sorteos, el toro lo veo cuando sale a la plaza, antes, ni en pintura», bromea. Y tiene sus costumbres. Así, por ejemplo, en Madrid, disfruta dándose un garbeo por el Retiro. «Andar es algo imprescindible en mi vida, al caminar además de relajarme y estirar los músculos, me da tiempo a pensar y pensar me hace fuerte. Una de mis costumbres diarias es pasear dos o tres horas, subir por las faldas del monte de Vico, allí donde no hay cobertura para disfrutar de la naturaleza y de la concentración».
Luis Miguel Villalpando, co-apoderado junto a Javier Chopera, banderillero y amigo del torero, vive en Madrid: «Intento venir mucho a Arnedo a entrenar con él porque estar juntos nos hace compenetrarnos más, estar más unidos». Otro de sus hombres de plata es el calagurritano Víctor García ‘El Víctor’, que pasa muchas horas al lado del torero. «Es que lo bonito es que somos amigos; él vive siempre para y por su profesión, ningún detalle le es ajeno y está obsesionado con su mundo. Él es el primero en volcarse y por eso nos exige mucho, pero siempre con afecto, sin una mala palabra, sin un desprecio». De la misma opinión es uno de sus picadores, Manolo Burgos, que vive en Carmona (Sevilla) y que el año pasado se llevó todos los premios de San Isidro por su pericia con la puya: «Diego es un tipo extraordinario; llegará a ser figura, de eso no me cabe ni el mínimo género de dudas», aseguraba antes de ir hacia Francia y con la esperanza de actuar a sus órdenes muchas más tardes: «No es lógico el lugar que ocupa con los triunfos que ha conseguido».
El rito de vestirse es largo y meticuloso y Diego lo hace casi en silencio. Tiene tres vestidos nuevos: el sangre de toro y oro, que estrenó con la primera oreja de Madrid, un turquesa con corazones belmontinos –el de Bilbao– y el azul pavo con el que triunfó ante los victorinos en Las Ventas. Luego están el blanco y plata de la alternativa y el torerísimo rosa y oro de las fotografías: «Es el más curtido, me encantan sus bordados y me recuerda de dónde vengo. A veces decido yo cuál me pongo; otras Antonio, pero siempre que me visto de torero lo hago para disfrutar, para saborear cada momento».
o Este artículo lo he publicado hoy en Diario La Rioja con preciosas fotos de Justo Rodríguez.