o Este artículo, de Ignacio Vidal-Folch, aparece hoy en la edición catalana de El País
El mismo "líder de opinión" que años atrás abanderó la lucha contra los toros de cartón de Osborne, símbolos terriblemente agresivos de España y del machismo que se erguían sobre los cerros (lucha sin cuartel, coronada, como se sabe, por un éxito sin paliativos), ahora la ha tomado con los toros de verdad, y cuando José Tomás viene a La Monumental para jugarse la vida y al mismo tiempo intentar dibujar algo de arte en el aire, el líder lo acusa de venir a Cataluña a "provocar", y lo que es peor, le acusa de "minoritario". El tremendo anatema se viene a sumar a la labor incesante, y desinteresada aunque bien pagá, de otros nacionalistas para suprimir de nuestras vidas cuanto suene a imaginario español, desde la lengua castellana en el colegio ("recordeu: al pati, també en català!") o en Francfort, hasta la tauromaquia. En esto último su voz viene a sumarse a los dengues y melindres de unos exaltados defensores de los animales que desfilan por los alrededores de la plaza sacudiendo pancartas que exigen: "José Tomás: ¡Suicídate!", y con unos espesos funcionarios municipales que simulan creer que la vida en Barcelona es un programa de los Teletubbies. La necedad hace extraños (y poco suculentos) compañeros de cama.
Por los toros, señora mía, usted no se angustie: se van a acabar porque son el único y peligroso espectáculo del mundo en que la representación se funde con la realidad: un atavismo que sobrevive desde el fondo de los siglos y no el habitual sucedáneo. Por eso son cada año más "minoritarios" y por eso y por todo lo dicho algún funcionario más o menos risueño pondrá el tamponazo de "prohibido". Pero el otro día, todavía, ese José Tomás se plantó ante uno, y luego otro, y luego otro toro, y dijo sobre la vida algo que ni yo, ni mucho menos usted, es capaz de decir, y demostró de manera irrefutable que un hombre es algo más que un teletubbie.