viernes, 12 de junio de 2009

Morante, sumo catedrático del toreo

El toreo es una sensación paradigmática; un misterio recorrido por una línea indescifrable de unidades estéticas y vitales que se arremolinan todas en una circunstancia final indeleble, artificial y tan débil que apenas tiene consistencia cuando se trata de explicar pero que apabulla cuando aparece. De ahí, la belleza de un natural como el de Morante de la Puebla al toro 'Señorito', de Juan Pedro Domecq.

El torero de la Puebla hunde su mentón sin estridencias, no dobla la cintura porque para su táctica y estrategia torera basta con acompañar sutilmente el viaje sin despegar los pies, que miran hieráticamente al frente. No hay contorsión en la postura, apenas un leve cimbreo para alargar el brazo que torea pero que maneja suave, delicadamente los vuelos de un engaño que embebe y embriaga a un toro que en los amaneceres de aquella faena de abril no era muy partidario de embestir.

Morante se sobrepuso de forma alada a aquella terquedad del noble bruto pisando esos terrenos donde el toro se convence y es capaz de destilar su fondo de bravura.

Y aunque lo parezca, esta instantánea recogida por Arjona no es un chispazo, es un discurso del método, una explicación de la geometría del valor y del convencimiento del toreo. Y, hoy por hoy, Morante es uno de sus sumos catedráticos.

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