Que a Silvio Berlusconi la realidad le ha dejado en bolas no es ninguna novedad porque desde los tiempos de las inolvidables mamachichos ya se intuía que la testosterona era uno de los principales argumentarios de la política y del sentido del periodismo de Il Cavalieri. La hormona y la pasta en una simbiosis aderezada ahora en Villa Certosa por izas, rabizas y colipoterras, en palabras del añorado Cela, que hubiera disfrutado un ‘huevo’ con esa escenita cuajada de primeros ministros en bañador –o sin él– jaspeados por jóvenes barraganas sin sujetador ululando como palomas entre el vino griego y las mecedoras a sol de la Cerdeña.
Por cierto, hablando de escritores, me viene a la memoria un incunable libro de José María Aznar –que sólo Dios sabe las razones por las que me lo compré–, en el que el ex-presidente trazaba un sorprendente retrato de don Silvio: «Berlusconi tiene un alto sentido de la amistad y de la lealtad debida a los amigos. No olvida nunca a quien alguna vez le ayudó y siempre está dispuesto a devolver un favor cuando está en condiciones de hacerlo», escribió José María.
Por eso me pregunto que le debería Mirek Topolanek, el erecto ex-primer ministro checo, a Berlusconi para que el dignatario italiano se viese obligado a rodearlo de jovencitas hetarias en su residencia veraniega para que el discurrir de las horas se les hiciera más llevadero entre tantas obligaciones inherentes al cargo y las responsabilidades. Pero lo más gracioso de todo es, volviendo al libro de Aznar, hasta dónde llega su admiración: A veces me ha dicho, con tono risueño, que yo he sido su maestro en la vida política, e incluso me llama su profesor, un profesor cuyas instrucciones, afirma, «sigo puntualmente». Para morirse.
o Este artículo lo he publicado hoy en Diario La Rioja en una serie que sale los jueves y que lleva por título Mira por dónde.