Cualquier parecido de una corrida del arte del rejoneo con lo que se vivió ayer en la bella plaza de toros de Haro fue pura casualidad o coincidencia. Es cierto que hubo tres rejoneadores y una multitud de caballos sobre el ruedo asombrosa. Es verdad que se jugaron seis nobles astados que persiguieron sin descanso a las monturas; pero el toreo a caballo, la templanza, la colocación, la hondura de esta fiesta brilló por su ausencia entre la tremolina de pasadas en falso, de aspavientos, de gritos y de carreras alocadas de los equinos por ese ruedo gigantesco de la ciudad del vino, que ayer parecía el hipódromo de Aintree en pleno Grand National, eso sí, sin obstáculos y sin esas señoras con pamelas rimbombantes y coloristas tan típicas de las carreras inglesas.
La novillada de los hijos de Jesús Esperabé de Arteaga, desigual y altona y con algún astado silleto hasta la exageración como el corrido en segundo lugar, ofreció múltiples posibilidades para hacer el toreo, para galopar con sentido, para lanzarse al pitón contrario, para arriesgar en los embroques... Sin embargo, los tres jóvenes toreros prefirieron la comodidad de lo fácil en seis lidias casi similares por lo afanoso de las preparaciones, los enganchones constantes y ese clavar siempre y por rutina desde lejos y con la cabeza del toro bien pasada la grupa del caballo.
Sólo una vez, y se dice pronto porque el festejo duró casi tres horas, se puso una banderilla con arreglo a los cánones. El milagro llegó de la mano de Alfonso López Bayo, merced a un precioso caballo de raza Appaloosa y de pelo snowflake (copos de nieve sobre un fondo oscuro), que hizo dos quiebros excelentes en los que de verdad vibró la plaza. A partir de ese momento su labor se vino abajo y la corrida entró de nuevo en el sendero que había impuesto desde el primer momento Rubén Sánchez, un rejoneador más veterano pero con una cuadra escueta y con bastantes pocos recursos para cubrir el expediente. Aún así, cortó una benévola oreja al primero de la tarde y si hubiera insistido un poco más con el saludo a caballo tras arrastrar al cuarto, hubiera tocado pelo por segunda vez y podría haber acompañado a los otros dos rejoneadores en su triunfalista salida a hombros de la plaza.
Y es que a pesar de apenas torear el festejo tuvo un balance numérico apabullante: cinco orejas, que se dicen pronto. López Bayo, que había hecho lo mejor con su primero, anduvo fallón y perdido con el quinto en una lidia monótona y reiterativa. Al final sumó otra oreja de escaso valor que le servirá exclusivamente para la cuestión estadística. Miguel Ángel Martín anduvo pródigo toda la corrida y se llevó un gran lote de toros. Sin embargo, su forma de actuar en el ruedo, sus galopadas interminables y su poco ajuste a la hora de clavar no fueron óbice para arrancarle al sexto dos orejas como dos soles.
o Novillos despuntados de forma reglamentaria de Hijos de Jesús Esperabé de Arteaga, desiguales de presencia, pero de buen juego. El mejor el 3º, incansable, bravo y repetidor. Rubén Sánchez: oreja y saludos. Alfonso López Bayo: oreja en ambos. Miguel Ángel Martín: vuelta al ruedo por su cuenta y dos orejas. Plaza de toros de Haro, algo más de un cuarto de entrada. Crónica publicada hoy en Diario La Rioja; la foto es de Ricardo Donézar.