Obama en Euskadi. Algo así me pareció el discurso del martes de Patxi López en el Parlamento vasco mientras las bancadas nacionalistas mascullaban su derrota con la amargura de salir de unos despachos (y unos platós) en los que han campado a su antojo al confundir la cosa pública con el monopolio nacionalista en estos últimos treinta años. Tres décadas de nacionalismo que han dado paso, gracias al sagrado veredicto de las urnas, a una mayoría que aspira a algo tan sencillo como convivir en libertad, sin preguntar a nadie sus apellidos. Obama López se refería una y otra vez al pluralismo: «No voy a gobernar para una parte, lo voy a hacer para el conjunto del país». Tanto es así que llegó a decir que «no vamos a disolver la identidad y la singularidad de Euskadi». Faltaría más. La clave de estas palabras del lehendakari López reside en la obsesión del nacionalismo por deslegitimar al nuevo gobierno. Así se marcha Ibarretxe, diciendo que «quien pretenda anular nuestras señas de identidad y subordinar los intereses de Euskadi a los de España nos tendrá enfrente». Terrible sentencia la de un político periclitado que se va (por fin) con la demagogia como gran aliada ante el fracaso reiterado de unos planes –los suyos– que abocaban a la sociedad vasca a la división. Una raya en la mitad del cielo: aquí nosotros, los nacionalistas, y los que no lo sean o se conviertan, fuera... E Ibarretxe fracasó. Hasta Josu Jon Imaz tuvo que dejar el PNV asustado y asfixiado por el mesianismo irredento del lehendakari saliente. Ahora ha llegado el momento del cambio histórico: Patxi López en Ajuria Enea está obligado a abrir las puertas, a dejar que el aroma de la libertad penetre en un país que necesita como ninguno de ella.
o Este artículo lo he publicado hoy en Diario La Rioja en una sección que aparece los jueves y que se llama Mira por dónde. La viñeta la he sacado de El Mundo.