
Aunque una final en el fútbol, conviene no engañarse, no es un fin en sí misma. Paradójica cuestión; la final siempre es un punto y aparte porque el clímax definitivo parece que está por llegar: la copa en sí, la entrega de la copa, la ofrenda de la copa... El ganador ganará y el perdedor maliciará su suerte y al árbitro. La afición vencedora quedará ronca hasta enmudecer y algunos, esto es seguro, se cogerán melopeas monumentales por ser los campeones. El perdedor tenderá a olvidar en unas pocas horas que había estado allí. ¡No le pregunten!
Y justo cuando dejen de rodar el balón y de vociferar las emisoras, la tierra misma (hasta ese momento anclada), perezosa y con andares desdibujados, comenzará de nuevo a rodar. Las calles se llenarán de coches, las escuelas verán sus aulas rebosantes de muchachos/as con ojeras y con el gesto todavía sorprendido por el gol. Mujeres futboleras y hombres de equipo dictarán sentencia en los cafés y en reuniones familiares. A mí, que no me gusta el fútbol, me queda un solo consuelo: por lo menos este partido no lo perdió el Madrid. Eso, seguro.
o Este artículo lo he publicado en Diario La Rioja en una serie que sale los jueves y que lleva por título Mira por dónde.