Leo en Internet que ha muerto Rafael Conte, crítico literario y periodista, al que conocí cuando le invité a participar en una charla literaria en Logroño sobre el estilo del añorado maestro Joaquín Vidal. Me pareció un tipo asombroso y un excelente conversador. La conferencia fue memorable porque él conocía la urdimbre, la arquitectura, de la prosa de Joaquín. Me permito la licencia de publicar hoy en Toroprensa un extenso artículo suyo titulado El Poder de la escritura, que publicó en el suplemento Babelia el 21 de diciembre de 2002 al calor de la edición por parte de Aguilar del libro Crónicas Taurinas de Joaquín Vidal
El poder de la escritura, por Rafael Conte
Resulta curioso que la lectura de este libro -una simple antología de crónicas taurinas, bien que sean magistrales- me sugiera estas grandes preguntas de siempre, que son las provocadas por la lectura de todo gran libro. Para empezar, este libro lo es -grande- y no tan sólo por lo que el propio Joaquín Vidal (1935-2002) dijo en el título de su primer libro, El toreo es grandeza (1987), que en su día no causó el impacto que merecía. Sí, el toreo es grandeza, o puede llegar a serlo, aunque no voy a entrar en ello, porque creo que la que provocan estas Crónicas taurinas no lo hacen tan sólo por sus contenidos, sino por la maravillosa manera con la que han sido escritas, algo insólito en las letras españolas de hoy, como se puso de relieve por la repercusión causada por su fallecimiento el pasado mes de abril. Pues lo que sí resulta ser una verdadera "excepción cultural" es la expresión formal de estas crónicas, tan excelsa, perfecta y poética, tan metafórica, clásica y moderna a la vez, que se configuran como un verdadero "manifiesto literario" a tener en cuenta como un auténtico "canon" o referencia expresiva en estos lamentables tiempos de descuido y abandono de todo lo literario, donde la poesía (mejor dicho, lo "poético") es lo primero que parece estar siendo expulsado de nuestro lenguaje.
Este libro no es una novela, ni una narración unitaria, como lo era el que antes he citado (12 estampas taurinas encabalgadas a través de un relato, que se configuraban como una novela "teórica", entre ensayo y ficción doctrinal, quizá por ello demasiado encorsetada, aunque escrita con su habitual maestría y pasión), sino un conjunto de 150 crónicas, como si se tratara -que se trata- de otros tantos cuentos o microrrelatos perfectamente magistrales: para cada corrida un cuento, desde luego. Y hay algo más, pues, al tratarse de un libro de cuentos (reales, desde luego), su carácter "antológico" y su calidad formal le impiden caer en el habitual defecto de este tipo de libros, que suele ser el de la desigualdad, los desequilibrios y la falta de ritmo. Por el contrario, la tensión expresiva y su máxima calidad permanente le convierten en un libro unitario y perfecto de principio al fin, un auténtico mazazo en estos tiempos de abandono y descuido de nuestro idioma, una lengua cada vez más "basura" y dejada de la mano de dios, en manos de profesores, académicos y medios de comunicación de masas que en función de falsas identidades -¿a quién se le habrá ocurrido eso de la unidad del español, que sólo se ha salvado gracias a su dispersión?-, falsas libertades y no menos falsas ideas sobre la democracia y la huida de todos los cánones han desembocado en esta lengua de hoy, que oscila entre polisemias, sentidos y equívocos diccionarios, como una verdadera "marea negra" que invade nuestra vieja lengua enfangándola hasta sus tuétanos. Entre esta general abdicación de responsabilidades y las reales amenazas que una lengua hablada (¡y hasta escrita!) a todos los niveles, en las televisiones, los teléfonos móviles, los "emilios" y los "ordenatas" con sus "internets" (instrumento "acrítico" donde los haya) incorporados, dentro de poco entenderse en español va a ser más complicado que hablar en el espacio aéreo que es el verdadero inglés de Shakespeare y Faulkner, en el que ya nadie habla en nuestros días. (Sin olvidar la permanente e inmoral lección de desmemoria que hoy se predica en nuestras escuelas, con las falsas "calidades" o "reválidas" que se quieran, pues en toda enseñanza lo importante no son las pedagogías, sino los contenidos).
Y en este sentido es en el que digo que este libro de Joaquín Vidal no es tan sólo modélico, ni ejemplar: es un verdadero manifiesto literario y cultural de la mejor y máxima ley, que debería ser de lectura obligada en todas las escuelas; y hasta un recordatorio que consagra uno de los idiolectos más dignos y acreditados del idioma castellano, el de la jerga taurina, en la que Joaquín Vidal ha entrado a saco reafirmándola y dándole la vuelta sin parar, conservándola y modernizándola, dotado de una sabiduría que sólo la pasión, el humor, la capacidad metafórica y de creación de neologismos podían inspirarle sin parar, hasta con el obligado olfato circunstancial que todo periodista auténtico debe contar de antemano. Hombre austero ("aparentemente introvertido y adusto", le describe Juan Luis Cebrián en su emocionado prólogo), fundamentalmente honesto, libre, insobornable, pero siempre repleto de humor, amor y respeto a todo lo respetable, los toros y los toreros, y odio hacia quienes les manipulaban y todavía les sigue manipulando, ganaderos, empresarios, burocracias, presidencias y toda esa faramalla de la clase taurina que siempre está ahí al acecho, para arruinar el mundo de los toros mientras ellos se enriquecen. Cuando Joaquín se fue, el planeta de los toros recibió un golpe mortal y se abrió un "agujero negro" en el universo de la cultura y la lengua castellana y española. Y quizá su obra, parcial y esencialmente aquí recogida y su actitud de respeto, espíritu de aprendizaje, y la sencillez y humildad con que cultivó su afición al trabajo bien hecho, sin alharacas y lejos de todo mundanal ruido, es la única respuesta -desde luego individual- que puede proponerse frente a las grandes preguntas que me agobiaban cuando empecé a escribir, verdaderamente conmovido, estas temblorosas líneas.