miércoles, 29 de abril de 2009

¡Viva Morante! ¡Viva la armonía! ¡Viva el cataclismo que provoca su muleta!

Otra vez Morante en Sevilla, otra vez el aroma de la más profusa torería. Morante en estado puro que lanceó con manos de espuma y nata a la verónica en un fajo de pulsos delgados y sin tormento alguno, rayando en cada uno la arquitectura esencial del toreo: la armonía.

Esa pierna de salida levísimamente levantada (me refiero a su capote); ese escorzo en el pecho girando sin inquietud, el mentón hundido, y la mano que torea dibujando cada temblor en un vuelo delicado, sutilmente mecido, con toda la urdimbre del trasto asido a su yema por tendones invisibles.

¡Armonía!, ¡Armonía!, ¡Armonía! Está toreando Morante de la Puebla con su capote de seda.

Y salió Morante inquieto con la muleta. El Juampedro se tambaleaba, no admitía el toreo, y lo fue labrando con paciencia y silencio, sin espacio alguno para la ofuscación o el desconsuelo. ¿Acaso Morante fue susurrándole cosas al toro en el trasteo previo? Y el Juampedro aquel deslavado, un punto anovillado, fue entrando en vereda al socaire de la muleta arrastrada y de esos vuelos siempre convencidos que buscaban los belfos.

Y de pronto, brotó el toreo. El toro convenciéndose y Morante convencido. Valiente, genial, lidiador, a veces muy colocado, sin mirarse al espejo, sin afectaciones, jugándosela, exponiendo la femoral al bruto. Y el bruto accedió a que brotara la poesía, entre épica y lírica, entre la Chanson de Roland y las Flores del Mal. Así de embriagador y embebido estuvo el de la Puebla para destilar lances de ensueño mientras paraba el tiempo.

Curiosa paradoja: el toro no parecía toro (claro, era un Juampedro) y singularmente surgía el toreo. Estaba Morante por medio, un Morante ecléctico, torero de sí mismo, un Morante atlético que corre cada día un maratón y que quizás se alimente sólo de ensaladas, tagarninas y humos de lanceros. Pero torea como Dios en Sevilla y que se le atisba en La Maestranza armado de una fe como la Torre del Oro.

Morante en el clímax del toreo, (otros andan en la inopia). Él, en el escalafón de los divinos, a pesar de los Juampedros, del sopor que provoca Ponce y sus moléculas intactas, de Canorea, de los silentes maestrantes.

¡Viva Morante! ¡Viva la armonía! ¡Viva el cataclismo que provoca su muleta!
¡Abajo Juampedro y sus bulls! ¡Abajo Canorea y sus veedores!

Repito: ¡Viva Morante!


o Morante al natural, foto Matito (Sevillataurina.com)

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