lunes, 27 de abril de 2009

Morante, un metafísico con dos cojones

La torería es cosa extraña. O mejor dicho, inverosímil. Por eso, Morante de la Puebla concita en torno a sí todas las poéticas del toreo, las que son tan delicadas como el perfume de los nenúfares y también, y esto es esencial, las epopeyas con las que entierra la fragilidad inherente al espíritu de los artistas para acrecentar su toreo con un heroísmo conmovedor, con un valor que le brota para torear –se dice y se incide que para torear- con una derechura desusada, con un aroma que despierta todos los instintos con el cincel de un escultor impreciso. Morante se conmueve toreando porque se encuentra en un proceso de crecimiento interior al que no se le adivina techo.

Capotero genial, cada lance le surge como haiku o como un romance, con la rara habilidad de mecer la verónica a un ritmo cada vez más lento, toreando con el espíritu, con el vuelo de un capote magistral donde los haya porque en él residen todos los conceptos y se asoman por momentos viejas imágenes de Gallito, de Chicuelo, de Cagancho. Vestigios de maestros inmemoriales, de tauromaquias ahora renacidas en plena incertidumbre de toros que se mueren solos o de toreros que, tal y como hizo Finito, desaprovechan, segundos después, el tranco bueno de un Jandilla de lujo.

Y Morante con la muleta es un metafísico con cojones. Arrumba la torería, se coloca en el sitio exacto, lanza los vuelos, aguanta firme y se pasa la embestida por la barriga con toda la parsimonia del universo. Morante, además, liga los muletazos con el perfil de las grandes tardes de toros, buscando la perfección en los embroques, en la media distancia sutil y, tras dictar en redondo como los ángeles, colocarse en el sitio más peligroso con la zocata y pasarse los pitones por la femoral sin un ápice de afectación.

Morante impávido aguantando el parón. Estética y ética de uno de los toreros más puros de cuantos he visto en mi vida (aunque haga gimnasia, amigo Cuchillo), de un matador que es absoluta arqueología taurina, que está fuera del tiempo por su autenticidad, que induce a todas las confusiones, pero que en el ruedo en tardes como las de ayer apura cada embestida con el valor de los elegidos.

Morante es Morante porque es Morante, dije un día y me reafirmo hoy más convencido de su maestría, de su técnica, de su arte… y de su entereza.

o Esta increíble foto, como la publicada ayer en este blog, es de Arjona (me imagino que Joaquín), y la he encontrado publicada en la web de La Maestranza.


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