Al terminar la faena, el cuarto toro de la tarde ya no albergaba rastro de bravura dentro de sí. Se la había robado toda El Juli en un faenón antológico, en una demostración palmaria de lo que significa poder a un toro, someter, arriesgar y no andarse con contemplaciones tibias ni miramientos. El Juli dio ayer en Sevilla la dimensión absoluta de un figurón del toreo, con hondura, con sometimiento y con la ciencia que atesora en distancias, colocación y terrenos.
Pero además (y creo que esto es un notición para la propia fiesta), El Juli torea enrabietado, y su expresión se llena de nuevos matices, algunos de ellos tan insospechados como el desgarro. Y El Juli -el científico de San Blas, el cartesiano de la muleta- desgarrado y espoleado es un auténtico filón para los aficionados y su toreo, ahora, es más hondo que nunca porque cuando se calienta por dentro se olvida de casi todo lo que sabe y fluye la muleta con menos rigor, con un acento más natural lejos de los mecanicismos con los que tantas veces se ha empañado al dominar todos sus quehaceres por el rigor de la técnica.
A El Juli le empieza a poder el corazón y se comporta como un artista conmovido por una fuerza inexacta, inmaterial, anímica e incomprensible.
Me importa un carajo que perdiera la Puerta del Príncipe porque su toreo se rebosó de contundencia y yo que lo vi desde el salón de mi casa disfruté como un perro.
Nada que ver con El Cid, irregular y raro, que se dejó escapar al sobrero, un toro bravo de verdad al que ni entendió ni supo acoplarse en ningún momento. Terciopelo, de 575 kilos fue un bellezón, y ha sido, de lejos, el mejor toro de lo que va de feria; desparramó bravura en los primeros tercios, se quería comer a los banderilleros y el torero de Salteras no fue capaz de entenderlo: muy confuso en la colocación, en los embroques y en la distancia, a pesar de los metros que dejó en los inicios de las primeras tandas. Veremos lo que sucede con el sevillano pero lleva tres corridas en la feria y nada en el esportón, a pesar de que el toro de El Ventorrillo fuera superior. Me imagino yo que quizás, las dos orejas de Talavante y la actuación de El Juli, que iba por delante, le ofuscaron el ánimo.
Y Talavante... dos orejas. Me alegro porque en Madrid lo vi hundido, aunque el premio me parece excesivo. Y diré mis razones. Su toreo fue detallista, labrado a golpe de inspiración, la faena fue bella, con ramalazos incluso exquisitos, aunque faltó hondura, remate y cuajo. Pero Talavante sacó lo mejor de sí mismo y si no abrió la Puerta del Príncipe fue porque el último Ventorrillo se acabó sin empezar. Una gran tarde de toros.