jueves, 2 de abril de 2009
Demasiadas emociones
El martes pasado lo guardaré para siempre en mi memoria. No me considero un tipo mitómano, qué va. Lo que sucede es que como tantos lectores de novelas necesito refugios pasionales, lugares donde habite la memoria de la satisfacción, y también glorietas donde disimular los desencuentros para mitigar los farallones que asesta la vida en cada una de sus avenidas. Por eso, no voy a olvidar el martes, que no fue un martes cualquiera de Logroño, donde la bendita -a veces odiosa- rutina se apodera de todo. Me explico, andaba en Madrid, en una feria de cocineros donde los sabores te recorren las neuronas entre catas delicadas de nísperos japoneses, un concurso de cortadores de jamón y la nunca bien ponderada alianza del ron con el chocolate clavileño. Pero en mi mente latían dos citas inminentes: por la tarde me esperaba Ferrán Adriá (vía telefónica) y después, en el Centro Riojano, José Tomás. Es decir, dos piezas de cuidado, de caza mayor, para un periodista de provincias, nervioso, deshilachado y que subsiste en la perseverancia del cazador de mitos pero sin autógrafos. Y miren, con el genio de El Bulli conversé de lo humano y lo divino con el acongojo de sentirme al lado de alguien como Pablo Picasso o como Dalí, aunque en realidad él se tomaba la conversación, con grandes dosis de paciencia, con el placer de hablar de uno de sus últimos descubrimientos: la cocina venezolana. Apenas dos horas después vi a José Tomás, primero tras una nube de cámaras y periodistas; después rodeado de admiradores, y al final, frente a frente. Le miré; me miró. Y me quedé callado. Se rió, me reí y no supe qué decirle: le estreché la mano. Demasiadas emociones para un martes, aunque fuera en Madrid.
o Este artículo lo he publicado hoy en Diario La Rioja en una serie que sale los jueves y que se llama Mira por dónde.