La política es una actividad tan desprestigiada como necesaria: los informativos escupen casi cada día la monotonía de una corruptela tras otra, de cierto concejal forrado que tira de cochazo, de espías invisibles como la noche o la salmodia de ese sastre que no es sastre pero que tiene nombre de torero. Vale, es una pena. Pero hay veces en la historia en la que nuestros políticos han de ser capaces de aparcar sus luchas partidarias, sus rencores y rencillas para llevar a buen puerto un proyecto que a estas alturas se antoja crucial, necesario e inapelable. Y me refiero a Euskadi.
Se ponga como se ponga el PNV, Ibarretxe o Urkullu, ha llegado el momento del cambio, de la configuración de un gobierno constitucional al servicio de todos los vascos, de un proyecto que no sólo sirva para convertir a Patxi López en Lehendakari, si no que sea capaz de aglutinar a toda la sociedad para extender con claridad el concepto de libertad, de respeto y de pluralismo en esas tierras hermanas.
Ibarretxe tuvo su momento y lo desperdició con sus absurdos proyectos soberanistas, que marcaban un rubicón exactamente en medio de la sociedad a la que pretendía liderar: el que no fuera nacionalista y no estuviera dispuesto a tragar con Estella y sus mochilas, automáticamente quedaba fuera de cualquier futuro. Ahora no; en este momento hay que unir, hay que trabajar por una sociedad democrática en la que lo primero sean los ciudadanos y que nadie tenga que tragarse sus ideales y sus esperanzas. Bueno, nadie no: los terroristas y sus secuaces han de quedar fuera de todo, de las televisiones, de los ayuntamientos y dejar, por una vez, una oportunidad a la paz. Pero de verdad, es decir, sin falsas treguas para quedarnos, por fin, a salvo, de tanto redentor y de tantos líderes suicidas.
o Este artículo lo he publicado hoy en Diario La Rioja en una serie que sale los jueves y que se llama Mira por dónde.