Por eso temo el aroma indefinido que envuelve a los hogares acaso deshabitados en los que el tiempo merodea a hurtadillas sin detenerse, ni un segundo, en los perfiles de estos seres que mueren olvidados mientras se agolpan los diarios y los días en un buzón en el que casi nadie repara: sólo alguna carta del banco, de Hacienda o el anónimo grito de la propaganda de los supermercados. Y temo más aún la indiferencia y la frustración; la sórdida desesperanza de los que ven pasar la vida a su lado sin anhelos, de los ancianos solitarios arrumbados entre esas cuatro paredes como único horizonte que les protegen pero que también ejercen sobre ellos de cárcel involuntaria, de frontera límite entre la monotonía de su rutina y un mundo que continúa dando vueltas sin complejos en un exterior al que ya no pueden acceder cuando giran los desengrasados goznes de la puerta.
El pintor sordo murió olvidado. Descanse en paz.
o Este artículo lo he publicado hoy en el Diario La Rioja en una serie que sale los jueves y tiene por nombre Mira por dónde.