La soleá y la siguiriyas que ha desparramado Miguel Poveda en sus dos paseos por la vieja sala Rex pasará tiempo hasta que se olviden. Es difícil cantar con más profundidad, con más talento y sin despeinarse un tanto así. Apenas cuadraba la voz, emergía el grito sin una sola estridencia, sin una arista de cristal ni acero que entorpeciera el placer de su disfrute pleno, pero con una hondura y un tamizado eco que asemejaba su lamentos a las más deliciosas de las melazas. Miguel Poveda no se esfuerza cantando porque no lo necesita; la boca le sabe a miel. Su impresionante técnica y su soberbia delicadeza le valen para conjugar matices de insondable belleza, de enorme plasticidad sonora. Se diría que araña el cante. Más aún, que lo destila y una vez macerado, lo vuelve a destilar para construir uno tras otro melismas de jugosos matices, increíbles juegos en los que sus cuerdas vocales, la boca y su garganta toda parecían enfrascarse una vez tras otra para resolver los tercios cada uno a su manera, sin parecerse, pero sin dejar de ser, ni por un momento, hermanos e hijos del mismo padre. Y de este reto, casi matemático, Poveda siempre salía victorioso, como un emperador del cante, como un genio catalán del arte mismo que vino a Logroño para transportarnos a esa gloria que se llama flamencura y que es imposible calibrar porque duele tanto que enamora. Así, cuando Poveda convertía su eco en susurro y bajaba la voz hasta sus mismas comisuras, el cante se hacía tan redondo que parecía una ensoñación, un hilillo sonoro con el que daba gusto enredarse y perderse a través de él por toda la cartografía del universo flamenco: Huelva, Cádiz, Málaga, Granada... No importaba entonces nada porque aquello era el flamenco –repito, el flamenco mismo–, ése que han dicho desde Silverio hasta Morente, Chacón, Camarón y la Niña de los Peines, –siempre la Niña de los Peines– omnipresente ahora en esta nueva hornada de jóvenes cantaores de la que Miguel Poveda es uno de sus principales baluartes y que adora a una mujer que tantos años había estado postrada en el más injusto de los olvidos. Ahí quedaron para el que los supo escuchar lances tan hermosos como esa nana por bulerías al niño Curro, un verdadero estilete de ternura. Sería injusto olvidar a Chicuelo y su manejo del tempo flamenco. Lo bordó por soleá pero en la siguiriya estuvo tan fiero marcando el compás como dejandose ir para agrandar siempre la garganta de Poveda: dandole paso siempre en el momento justo, sin la más mínima demagogia ni recurso para la galería. En fin, dos noches mágicas de gran flamenco en el que la libertad interpretativa y la personalidad se unieron de la mano para rendir tributo a ese tesoro que llamamos flamenco.
o Segundo concierto de los VI Jueves Flamencos del Salón de Columnas y primero de los Miércoles Flamencos. Cante: Miguel Poveda. Toque: Juan Gómez 'Chicuelo'. Salón de Columnas del Teatro Bretón: Lleno. Miércoles 23 y Jueves 24 de enero de 2002.
o Traigo a Toroprensa la crítica del último concierto de Miguel Poveda en Logroño. El próximo jueves actuará en el Bretón para dar inicio a un nuevo ciclo. (Leer artículo)