Adrián Gómez es un torero postrado para siempre en una silla de ruedas. Todo sucedió en un segundo maldito del pasado mes de junio en una novillada en Torrejón de Ardoz. A la salida de un par de banderillas al quinto de la tarde, un utrero de Antonio San Román volteó de muy mala manera a uno de tantos toreros a los que la gloria se había mostrado esquiva y los sueños de oro se solapaban ahora entre la brega sorda del capote y el rumor de banderillas apresuradas. Tuvo la mala suerte Adrián de que al caer se le seccionó la la médula espinal y se le fracturaran las vértebras tercera, cuarta y quinta, causando lesiones neurológicas de tal gravedad que desde el mentón hacia abajo perdió todo rastro de sensibilidad en el cuerpo. Así es esto. En la tauromaquia cuando uno se muere o se queda desvencijado para siempre las cosas son de verdad, irreversibles, sin vuelta de hoja. De hecho, todos los toreros, empresarios y ganaderos le deben parte de su ser a personas como Adrián Gómez, profesionales que con su desgracia, con su fatalidad, dan sentido a matar un toro en un ruedo y buscar ese anhelo de la belleza y el dominio que surge en la plaza. La consternación por la noticia llegó de manera inmediata a todos los estamentos del toreo y en unos días, apenas unas horas, se puso en marcha, de forma larvada al principio, pero inexorable después, una corriente de solidaridad para que Adrián y su familia no cayeran en el desamparo habitual de una sociedad sembrada de juguetes rotos, de seres humanos olvidados y de impotencia. José Pedro Prados 'El Fundi', amigo suyo y su matador, ha organizado un festival en Madrid donde estarán todos sus compañeros. Quiere 'El Fundi' que lo emita TVE. ¿Puede haber mejor causa para que el Ente vuelva a dar una corrida toros en la televisión pública?
o Este artículo lo he publicado hoy en el Diario La Rioja en una serie que sale los jueves y tiene por nombre Mira por dónde.