Logroño en la posguerra era una ciudad cárdena, como la tonalidad de la piel de los legendarios saltillos. También era oscura, aunque menos de lo que lo fueron otras como Madrid, o, sin ir más lejos, Burgos. La miseria era el estado normal de la mayor parte de sus habitantes. Y en aquel ambiente de mediocridad y desesperación lo mejor era ser torero. Al menos, así lo pensaba Zenón Goitia, novillero de Albelda, que estaba empeñado en que le saliera todo mal, y encima tenía un bajío desolador...
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o Este cuentecillo lo publiqué en el libro Relatos Riojanos, editado por Diario La Rioja en 1995. (El dibujo es de Leza)