Me recreo con él cuando cierro los ojos y me imagino el claroscuro de silencios que se citan en el alma al traspasar un natural, un pase de las flores o un ayudado por bajo.
El toreo es una cita con lo inconsciente que habita en cada cual.
Por eso cuando se lancea se olvida uno mismo hasta del porvenir, te abandonas en un increíble sueño donde no habita otra cosa que no sea la creación, la dicha infinita que aflora en el diálogo entre el animal y el hombre.
Y ese afán, que lo conoce Carmelo Bayo como pocos, es un arte único.
Por eso retrata mucho más que el torero y el toro cuando los dibuja.
Se mete en su propio corazón, en la esencia donde reside el íntimo secreto de la torería, de la razón incorpórea que supone desabrigar el tiempo de todo lo que le rodea para ver en pureza la suave magia del aire que conmueve cada muletazo, cada embroque.
El toreo es un suave peregrinar por ritmos que no tienen atuendo.
No hay nada que explicar cuando un misterio lo rodea todo como la niebla.
Como la lluvia que perezosa empapa, como un tren cuandro frena violento y chilla.
El toreo es un ritmo incesante.
Pero también silencio oculto, mirada traviesa, anochecer, llanto.
o Dedicado a Carmelo Bayo porque amo el toreo y cuando me hacen soñar como él consigue soy más dichoso.