Hay días que quisiera ser Rosa Díez; mejor dicho, no ella en carne mortal -Rosa es más rubia y está mucho más delgada que un servidor- sino como ella en acto para llamar a las cosas por su nombre y no renunciar, ni por un momento, a las ideas, las esperanzas y a algo tan poco palpable en nuestra clase política como es el sentido común, la libertad individual y la conciencia, palabras mayores pero que de tan manoseadas parecen huecas, falsas y, si se me apura, hasta un poco abyectas y subversivas.
Rosa Díez, con un escaño que parece la nada en ese proceloso océano del Congreso de los Diputados donde el implacable juego de las mayorías contra las minorías arrasa como un tsunami cualquier proyecto que no venga avalado por la firma del aparatich de turno, demuestra en cada intervención en plenos y comisiones que la inteligencia no es una cuestión a la que se renuncia automáticamente cuando entregan el acta, a pesar del absentismo, del votar con manos y pies a la vez o hacer de meros culiparlantes, tal y como actúan cientos de diputados en los pomposos, aburridos y cortos periodos de sesiones.
El martes, sin ir más lejos, Rosa Díez propuso a sus señorías -«para que la infamia no continúe»- disolver los ayuntamientos gobernados por ANV, justo el mismo día en el que el Consejo de Ministros de la Unión Europea incluía a dicha pantalla electoral de ETA en sus listas de grupos terroristas.
Pues bien, como era natural, y esperable, el PSOE se lió a gorrazos con el PP y éste a su vez con el PSOE. «Y usted más», se decían una y otra vez. Mientas tanto, la propuesta de Rosa Díez no prosperaba y los que callan y aplauden cuando se asesina o extorsiona continúan manoseando la vida de muchos ciudadanos en pueblos donde no hay libertad y en los que se financia con impuestos una banda asesina y criminal. ¿A que sí?
o Este artículo lo he publicado hoy en el Diario La Rioja en una serie que sale los jueves y tiene por nombre Mira por donde.