Álvaro, sumergido en un mar de viñas, aletea y sonríe con un racimo de uvas tintas de Tempranillo de Badarán en la mano. Pero no las ha de probar, de eso estoy seguro y convencido. Le gusta oler el vino y se lleva la copa a la naricilla para asestar después una de esas frases con las que te rompe: "¿Pues a qué va a oler? ¡A vino!". Y se queda tan ancho. Luego, como es natural en él, se negó a pisar la uva y se fue a un ribazo a despeñarse por la ladera con su amigo Víctor. Así es Álvaro, Guti o Kirikú, que de sendas maneras acostumbramos a llamarle cuando no tiene una muleta en la mano y se estira a lo Morante de la Puebla.