Resulta curioso y paradójico lo que sucede en las proclamadas sociedades más avanzadas del planeta con respecto al pasado de las personas: nadie tiene tiempo para mirar un poco lo que sucede a nuestro alrededor en este mismo instante pero todo el mundo anda preocupado –aventado, soliviantado y cómo no, indignado– por el replanteamiento de lo que aconteció mucho antes de que la mayoría hubiéramos nacido. Ahora le ha tocado la china al checo Milan Kundera, autor de la Insoportable levedad del ser, al que se le acusa de haber denunciado en 1950 a uno de sus compatriotas ante la temible policía del régimen comunista checoslovaco. Precisamente se le denuncia a él, que tuvo que exiliarse tras la Primavera de Praga al ser sistemáticamente laminado tras arrebatarle el gobierno títere de Moscú su trabajo y prohibir sus obras en todo el país. El autor de El libro de los amores ridículos ha negado cualquier relación con los hechos, pero los titulares ya han hecho mella en su dignidad y tal y como comenzaba un desafortunado artículo que leí ayer, «la mayoría de las veces el pasado acaba por atraparnos». Impresionante frase, tremebunda sentencia redactada por un periodista que juzga y sojuzga y que coloca al escritor en la acera donde discurren las miserias del hombre, porque además «la militancia de Kundera en el Partido Comunista checoslovaco era conocida».
El alemán Günter Grass reconoció en una obra su coqueteo juvenil con las SS y en España Dionisio Ridruejo, franquista de los de camisa vieja, se convirtió después en un exquisito poeta y en un abnegado luchador por la libertad. La historia es como fue pero sería terrible e insoportable que nos estuviera determinando toda la vida.
o Este artículo lo he publicado hoy en el Diario La Rioja en una serie que sale los jueves y tiene por nombre Mira por donde.