Otra vez en Las Ventas y ahora frente a Victorinos; otra vez Diego Urdiales en Madrid y de nuevo un triunfo basado en los cánones del toreo auténtico: colocación, temple, mando y ese valor seco y profundo con el que se hizo el amo con su difícil primero y con el que dibujó dos tandas en redondo en el quinto que pusieron a la primera plaza del mundo boca abajo, dos tandas por la derecha en la que se pasó la embestida por la faja y en las que voló la muleta por los adentros para culminar cada lance donde crepita el sentido más bello e íntimo del toreo. La tarde en Madrid era majestuosa: las banderas echadas presagiaban lances de seda y una luz otoñal se deslizaba desde los tejadillos hasta ese albero blanquecino que al rebotar parecía tan pálido que se antojaba como de harina. Salió el primero, un imponente y noble animal con el que Ferrera se zambulló en su característico toreo de atleta: no hubo mando ni compás y la plaza toda pitó sin rubor al extremeño. El primero del lote del torero riojano, alto y cornalón, apenas dio opciones de triunfo porque se quedaba tan corto y era tan mirón que cada muletazo era un desafío. Y precisamente ahí surgió una versión de Urdiales que caló en los tendidos por su sentido del toreo: perfecto en la distancia, búsqueda del pitón contrario como una magnífica obsesión y un espadazo monumental que tiró al de la A coronada sin puntilla. El quinto de la tarde también lucía esa cuerna pavorosa y retorcida marca de la casa. Era casi negro y en el caballo apretó en un primer puyazo sensacional que le hizo descolgar. Sin embargo, la lidia no ayudó mucho a un toro al que Diego sacó con tersura al platillo. Echó la muleta por delante y desde la segunda tanda, bellísima, empezó a romper una faena a la que le faltó el empuje decisivo por el pitón izquierdo para ser de Puerta Grande. Urdiales dejaba la pañosa siempre en el morro del toro y aunque no logró la ligazón fue capaz de sonsacar varios naturales preciosos. Volvió por la derecha y se llevó al toro a las rayas con varios de esos lances suyos tan armónicos y desmayados en los que saca el estaquillador por debajo de la pala del pitón. Él, como nadie, sabía que tenía la oreja en la mano. Se cuadró en rectitud ante la misma cara, un tanto retrasado, y se lanzó detrás de la espada con la suficiente fe para agarrar –en dos tiempos– otra estocada inapelable. Diego Urdiales había triunfado, de nuevo, en la catedral del toreo y la plaza, puesta toda ella en pie, reconoció el clasicismo de un torero llamado a coronar cotas insospechadas.
o Tercera corrida de la Feria de Otoño. Toros de Victorino Martín, muy bien presentados, con astifinas defensas, nobles y manejables en su conjunto. El 1º fue un dechado de temple y el 3º destacó por bravo, repetidor y su gran humillación. Del lote de Urdiales sobresalió el quinto, serio, muy profundo y de gran embestida por el derecho. El 2º, el peor de la corrida por ser mirón, corto de embestida y muy reservón. Antonio Ferrera: pitos en su lote. Diego Urdiales: saludos y oreja. Luis Bolívar: saludos tras aviso y silencio. Plaza de Toros de Las Ventas (Madrid), lleno en tarde apacible y sin viento. Sábado, 4 de octubre de 2008. (Esta crónica la he publicado hoy en el Diario La Rioja y la foto es de Miguel Pérez-Aradros. Si se desea ver una bonita galería de este fotógrafo arnedano sobre la actuación de Diego Urdiales ayer en Las Ventas pinchar aquí).