El toreo en la cumbre y José Tomás, el torero republicano, en el trono. La plaza entera fue un clamor pidiendo el indulto de un cuvillo bravo, noble y repetidor que hizo honor a su nombre 'Idílico'. A toriles se lo llevó dando muletazos el que debía ser su matador , José Tomás y la gente lloraba y se abrazaba en los tendidos. Era el triunfo de la Fiesta de los toros bravos y los toreros de arte, valor, unos seres especiales, héroes en un tiempo de mercachifles. Porque, no se olvide, con el genio de Galapagar, torearon Esplá y Serafín Marín y lo hicieron de la mejor de las maneras posibles, acordes con lo que sus respectivos lotes ofrecieron. Esplá torerísimo , variado con el capote, magistral en banderillas y con sabor muleta en mano y Marín, crecido en el que cerró plaza y temporada, al que llevó con temple y ligazón hasta conseguir una meritoria oreja. Pero, claro, todo eso, aún no siendo poco, queda relegado ante la orgía de toreo brindada por José Tomás, que en su primero fue fiel a su tauromaquia de quietud, ajuste y temple. Lo del quinto fue el acabose. Pocas veces, acaso nunca, este humilde plumilla vio torear mejor, más puro, más quieto, más ajustado, más, más… Poseído por las musas el torero, por todas partes se pasó al toro, menos por debajo de la pierna y no por falta de ganas. En la verónicas de suerte cargada, los naturales y redondos de largura infinita y remate atrás, los trincherazos como un relámpago y los cambios de mano angélicos. Se acaba el espacio para contarlo pero queda la memoria.
o Crónica publicada por Francisco March, en La Vanguardia, de Barcelona.
o La foto es de François Bruschet y se puede completar con una magnífica galería pinchando aquí.