martes, 23 de septiembre de 2008

Miguel Ángel Perera, sin compasión

La torería, a veces, es un decir sin hablar, es entender al toro y también inventárselo; es comprender una embestida y, en el caso de Miguel Ángel Perera ayer, exprimirla hasta las últimas consecuencias y estrujarla sin compasión hasta donde parece imposible estirar un lance.
Porque precisamente ahí, donde tanto duele, casi nadie es capaz de llegar. (Sólo los elegidos, avisan los cabales). De hecho, ése y no otro es el lugar exacto en el que reside el toreo en su máxima expresión, el toreo grande que provoca agujetas porque atraviesa el corazón con dagas, porque su intérprete llega a abandonar el contacto con la realidad para penetrar en una turbamulta donde los sentimientos, la razón y las sensaciones se revuelven entre la intensidad de cada lance y un público enfervorizado por aquella sucesión de naturales infinitos, de naturales de oro macizo surgidos de una técnica trufada, singularmente ayer, de una genial inspiración, de una torería arrebatadora, de una belleza casi inenarrable. Y es que Miguel Ángel Perera venía a Logroño precedido de una fama de apisonadora: no había plaza ni toro capaz de resistir su impulso y su ambición. De hecho, aunque llevaba tres toros y tres orejas, quería más. Anhelaba una puerta grande que en Logroño es pura ensoñación, pura utopía arquitectónica. Sin embargo, Perera anhelaba traspasarla. Y lo iba a hacer sin compasión. Tamaña empresa, a estas alturas de la corrida, parecía irrealizable por su inmaterialidad y porque no había goznes que girar, ni multitudes fuera esperándole. Perera las tenía todas consigo, dentro de sí –y en su muleta– habitaban gentíos, estudios de arquitectura y esa geometría tan pura del toreo que se sobra y se rebosa, que seduce y arrasa cuando brota sin más estrategias que la colocación y ese secreto indescifrable que se llama temple. Por eso fue capaz de hipnotizar al toro y despojarle casi de su voluntad para imponer la del torero, la de un Perera magnífico y extraordinario que tieso como un poste toreó tan hondo y tan preciso como usted pueda imaginar, como ‘El Juli’ en su primero, roto también por abajo en dos tandas en redondo en las que fue capaz de someter y gustarse, de torear con una lentitud que sólo atisban los elegidos. (Artículo publicado hoy en Diario La Rioja).

o Plaza de toros de La Ribera, de Logroño, más de tres cuartos de entrada. Toros de Fuente Ymbro, correctos de presentación y todos con el guarismo cinco en el costillar. En general manejables y muy buenos para el torero, aunque en varas fueron cuidados hasta el extremo. El primero derrochó embestidas profundas y de mucha calidad; el segundo fue devuelto tras romperse una pata. El sobrero fue muy exigente. El cuarto también se rompió un pata pero no fue devuelto; el quinto desarrolló peligro y el sexto tuvo un gran son y se premió con una vuelta al ruedo después de que un sector pidiera el indulto. Acertó el presidente al no acceder. El Juli: oreja y ovación. El Cid: silencio y saludos. Miguel Ángel Perera: oreja y dos orejas tras aviso. (Salió a hombros). Tercera corrida de la feria de San Mateo.

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