Juanpe bosteza. Claro. Ya no puede más. Y es que la suya es una dura tarea, un trabajo hercúleo: todo el día seleccionando toros que no son tal cosa, acaso láminas de celofán o enjutos papelillos brillantes para envolver chocolatinas. Y es obvio, Juanpe se aburre de tanto diseccionar las embestidas de sus morlaquillos de arte: toritos de norit que siguen las muletas con ojitos rubiacos de obispos preconciliares, con singular afán perruno. Qué pena que vaya durmiéndose así por los callejones, dando tumbos entre las figuras. No aguanta más, le puede el sopor, le domina el aburrimento, la galbana y el asueto. Y tiene un bostezo hondo –fíjese usted–, sin precauciones y sólo su levemente humillada nuca le hace esconderse un tanto así en la realidad que él solito ha diseñado. Qué cosa ésta que los ganaderos holgazaneen así por los callejones, con el pase en el pecho, con la guerrera caqui semiabrochada y la camisa con el cuello protegiéndole su insigne mentón de Domecq. Le veo la cara a Juampe y me imagino el rumor sus toros, su docilidad y su indolencia. ¿Puede haber algo peor que un toro indolente?
o La foto es de François Bruschet y la he encontrado en su extraordinaria web Campos y ruedos.