martes, 23 de septiembre de 2008

Esencia de Chenel

Chenel debe de atisbar el horizonte con su mirada. Es más, seguro que si se lo propone se marca un sudoku entre toro y toro o se enreda divagando con un libro de Jünger o Nietzsche, ‘Así habló Zaratrusta’, por ejemplo. Y es que este precioso caballo reina en la plaza con su prestancia, con su tersura de lino, con ese cabalgar a dos pistas para llevar al toro tan consentido en el estribo que cuando parece que está todo resuelto y que no se puede arriesgar ni una décima más, se enrosca en sí mismo con un ademán flotante y lo vacía con un trincherazo pegado a tablas que a veces tiene la firma y el aroma de Chenel Albadalejo; es decir, de ‘Antoñete’ mismo, aquel torero del mechón blanco con el que Pablo lo bautizó. Y es que Chenel, el caballo, es la ciencia y la esencia, la audacia y la abundancia, y en estos tiempos de crisis da gloria verlo con ese derroche tan suyo de supina torería por el ruedo, con banderillas de luz como espigas aladas, o con esa templanza infinita dando una vuelta cosido a las tablas con el toro clavado en su sino, pero sin llegar a rozarle, pero sin alcanzar ni por asomo la brillante piel castaña donde se cobija. Por eso y porque es un genio, Hermoso de Mendoza cuajó ayer en La Ribera un tercio de banderillas con este caballo de caracteres churriguerescos. Porque se antoja imposible o utópico llegar más cerca sin tocar; ajustar más cada embroque entre toro y caballo dando la sensación de que entre ellos no era capaz de colarse por la rendija ni un papelillo de fumar, ni un resquicio para que corriera el aire. Y la plaza rugió entera entre la admiración y la incredulidad. ¿Qué aroma dice? –Esencia de Chenel, pues eso. Tampoco se quedó a la zaga Miguel Ángel Perera, tan tieso, tan firme que no se regaló ni un olé para sí mismo sin haberse roto antes a torear con la mano extremadamente baja y mandona, rastrera la muleta, pulseado el temple. Gozó Perera en redondo, quizás el manojo de naturales lo tiene reservado para hoy. Quizás también estaba entusiasmado con Chenel, ese caballo que aturde por su intelectualidad, por su alma de hoplita invencible que se sabe torero y que flota por los ruedos demostrando que es el Rey, de los caballos, claro. (Artículo publicado hoy en el Diario LA RIOJA, las foto son de Juan Marín y pinchando aquí se pueden ver muchas más).

o Plaza de toros de La Ribera, de Logroño, más de tres cuartos de entrada. Toros despuntados de Fermín Bohórquez, para rejones (el 1º devuelto; sobrero de José Rosa). Para la lidia a pie se corrieron dos de Garcigrande y otros dos de Domingo Hernández, hondos, cómodos de cabeza y manejables en extremo. Pablo Hermoso de Mendoza: saludos y dos orejas. Miguel Ángel Perera: oreja tras aviso en ambos. Eduardo Gallo: saludos y silencio. Hermoso salió a hombros. Segunda corrida de la feria de San Mateo.

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