lunes, 1 de septiembre de 2008

Diego Urdiales, por la puerta grande de San Sebastián de los Reyes

Diego Urdiales paladeó ayer las mieles del triunfo. Así, como suena, y tras dos corridas vividas –más bien padecidas– en Alcalá de Henares y Bayona en las que no pudo hacer otra cosa que dejar constancia de su gran voluntad y buenas formas. Sin embargo, en la inmensa plaza de San Sebastián de los Reyes le salió un toro, se llamaba ‘Carbonero’, y era una de esas bellezas por las que los banderilleros y apoderados suspiran en los sorteos matutinos; un dije, que dicen y apostillan con confianza. «No podía fallar», farfullaban en los corrillos. Y no falló. Pero no se vayan a creer que ‘Carbonero’ era un toro fácil o de esos de carril que acuden a los cites con la inercia de la suavidad. No, el precioso burraco de la desconocida ganadería de ‘Montealto’ pedía el carnet porque en cada embestida quería comerse literalmente los engaños y acudía a las telas con una velocidad y un diapasón tal, que para aguantar su pujanza se requería una muleta mandona –como la que tiene Diego Urdiales– y un corazón tan en sazón como el que alberga este torero, que cada vez golpea con más intensidad a las puertas de las grandes ferias, a los circuitos de las elites donde habitan los toreros de gran cartel. Diego se dio cuenta de las condiciones del morlaco desde el capote, donde cuajó un manojo de soberanos delantales de recibo, casi codilleando, y en los que gustándose dejó constancia de la clase que atesora. Después, en un quite, jugó a la verónica con tersura y dos lances por la izquierda resultaron de cartel. La faena de muleta la fue macerando desde el principio con inteligencia y quizás un segundo puyazo hubiera atemperado la velocidad de sus embestidas. Por eso, la faena fue de menos a más, consintiendo al principio para dibujar dos tandas con ambas manos que rezumaron hondura y torería. La primera de ellas en redondo, sobre todo tres lances preciosos en los que fue capaz de enroscarse con la embestida y de abrazar los derechazos con uno de pecho largo, mandón y tan mecido que en la cara de Diego brotó una sonrisa que en Bayona hubiera sido pura utopía. Lo intentó por la izquierda, pero al ligar los pases el burraco se metía por dentro desluciendo el final de cada tanda. Tomó aire, se fue con parsimonia a por la espada y antes de rubricar la faena dejó sobre el albero cuatro naturales –de uno en uno– bellísimos, con ese aroma tan personal de Urdiales que le sale cuando se siente a gusto. Y la plaza se metió de nuevo en la faena por la hondura del trasteo y la acometividad del animal. Pero faltaba lo mejor. Cuadró, tiró con suavidad la muleta a los belfos y lentamente hundió un estoconazo soberbio, arrastrando la pierna con tal parsimonia que la suerte parecía brindada a Antonio León, el ‘As de Espadas’, el gran maestro arnedano recientemente desaparecido. Dos orejas y puerta grande. Misión cumplida. El segundo de su lote, un morlaco grandón y fuera de tipo, fue cuidado desde el principio por sus escasas fuerzas. Urdiales lo trasteó a media altura con pintureros muletazos. Se acabó muy pronto y no le dio más opciones. Una buena tarde para Diego Urdiales en la que puntúa por partida doble a las puertas de Madrid, a pesar de sus costillas fracturadas –lleva tres infiltraciones en tres corridas–, y del mal sabor de boca de tantos toros imposibles. El resto de la corrida careció de historia: ‘El Fundi’ dejó patente su enorme maestría y Juan Bautista, su frialdad, a pesar de su buen y refinado estilo.

o Toros de Montealto, desigualmente presentados, y de juego irregular. El mejor de la corrida, el lidiado en segundo lugar, un precioso burraco de bella lámina que desarrolló casta, motor, nobleza y dificultades a partes iguales. Los peores, el primero, quinto y sexto, que se apagaron muy pronto. El Fundi: silencio y oreja tras aviso. Diego Urdiales: dos orejas y silencio tras aviso. Juan Bautista Jalabert: oreja y silencio. Plaza de toros de San Sebastián de los Reyes ‘La Tercera’ (Madrid): algo menos de media entrada en tarde apacible. El torero riojano salió a hombros. La corrida fue presidida por José Pedro Orío, que pasó desapercibido. Domingo, 31 de agosto de 2008. (Artículo publicado hoy en Diario La Rioja; la foto es de David Colado).

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