Se diría que el impresionante monte Itzarrazaiz (*) cobija y protege al coqueto coso azpeitiarra. Además, sus faldas cuajadas de caseríos y apriscos otorgan al paisaje de la plaza un pintoresquismo especial en el que sólo se echan de menos los pinceles de Ignacio Zuloaga, aquel pintor al que sus compañeros de lienzos le apodaban torero y los toreros le decían pintor. Y como un pincel, embutido en un precioso y veterano terno rosa palo y oro, compareció Diego Urdiales en el grisáceo pero bello ruedo de Azpeitia: una candente parduzca en la que las aguas que se disipan en la arena se entretejen unas con otras para difuminarse a través de caprichosos sfumatos y sombras juguetonas, donde el toro es el rey y una grada repleta de niños jalea con estruendo las banderillas y los topetazos de los astados contra los fornidos picadores y sus caballos enguatados y ciegos. El torero riojano pisó ese ruedo y este peculiar ambiente con la seguridad y el buen sabor de boca de las faenas de Tudela, pero pronto llegó la verdad del toro para imponer un criterio que en este caso no iba a ser el del triunfo del oropel y las orejas; más bien el de la impotencia y la desesperación de intentar el toreo de verdad sabiendo que dentro de los impresionantes palhas de ayer habitaban más mentiras que verdades: una corrida marcada por la excelente presentación; de acuerdo. Definida también por una amplitud de romanas quizás exagerada para un ruedo tan chico, pero exceptuando el quinto –y algo el segundo– ramplona, mansa y bastante dura de patas, a pesar de que todos los puyazos fueron duros como el acero y en algunos casos, interminables.
Lo mejor de la tarde lo hizo el arnedano en el cuarto: un toro hondo, acaramelado de cuerna y albardado. Y a pesar de que su cuadrilla las pasó canutas para lidiar y banderillearlo, cuando salió con aplomo y con la idea decidida de aprovechar el pitón izquierdo, el astado empezó a desplazarse con bondad pero sin recorrido. Diego se fue al platillo y puso siempre la muleta por delante, para enganchar la embestida y llevársela a ese más allá con el que sueñan los toreros. Hubo unos instantes en los que parecía que iba a ser. Pero el toro ni humillaba ni se terminó de desplazar como esperaba el matador riojano, que fue construyendo un trasteo medido, siempre por delante y con la seriedad que impone pisar terrenos comprometidos y presentar el medio pecho, con naturalidad y torería. Tras comprobar que el lado derecho era imposible, tomó la pañosa con la zurda y logró dos o tres naturales estimables. El toro se desfondó y ahí acabó todo. Con su primero, manejable pero muy deslucido, estuvo batallador y peleón dentro de su línea de seriedad y ausencia de aspavientos.
El resto de la corrida fue una sucesión de mediocridades de la que sólo se puede salvar el extraordinario toro lidiado en quinto lugar, a pesar de que a Sánchez Vara y a sus picadores casi se les va la vida masacrandolo en el caballo. Pero el toro, noble, bravo, repetidor y con un pitón derecho de bandera, derrochó sobre el ruedo una de esas bravuras con las que disfrutaba Ignacio Zuloaga, aquel pintor/torero y torero/pintor que retrató a Belmonte con una solemnidad inaudita y que se hubiera emocionado con la casta de este toro portugués comiendose los engaños, con el empaque de Diego Urdiales al natural y con la grada de niños aplaudiendo admirados aquel derroche de bravura portuguesa.
o 1ª Corrida de la feria de Azpeitia. Toros de Palha, serios, hondos, armados, con trapío, plaza y remate. Todos de comportamiento encastado y dificultosos. El mejor, el corrido en quinto lugar, que por su fiereza y nobleza mereció la vuelta al ruedo. En el lote de Urdiales destacó el segundo, más noble, pero sin recorrido. El primero de la tarde fue manejable aunque careció de profundidad en sus embestidas. Diego Urdiales: Silencio y silencio tras aviso. Sánchez Vara: Vuelta y oreja. Javier Valverde: Silencio y pitos. Incidencias: Tarde calurosa y muy ventosa. En los prolegómenos de la corrida se entregó a Joao Folque de Mendoza el premio al toro más bravo de la feria de 2007. Plaza de Toros de Azpeitia (Guipúzcoa), casi llena. Jueves, 31 de julio de 2008.
o Esta crónica aparece hoy en Diario La Rioja, y la foto la he perpertado yo mismo con mi móvil. (Sobre la meseta de toriles se puede observar el grupo de niños que cada día asiste a los toros).
o (*) Me asegura el amigo Jon Ander Sanz que el monte al que yo he llamado Itzarrazaiz en realidad se denomina Izarraitz. La verdad es que me pareció precioso y le pedí a una señora que estaba sentada a mi lado que me escribiera el nombre en la libreta y eso fue lo que me puso. De todas formas, pido disculpas por el error cometido y me alegro de no volver a coincidir con determinado crítico al que una vez admiré por la tersura de su escritura pero que tantas veces me ha decepcionado por no medir con el mismo rasero a todos los toreros, decantarse siempre por los poderosos y tapar los vacíos de sus intereses derrotando hacia los demás.