A Diego Urdiales ayer en Bilbao le fluía el toreo del alma, le salía a borbotones del corazón y le llegaba tan puro a las yemas de los dedos que fue capaz de dibujar, con inusitada parsimonia, una bellísima faena, una faena preciosista y tan pura que aquel victorino de alma encendida se entregó, merced al vuelo de su muleta, hasta fundirse con el torero en una misma materia en movimiento, en una acompasada danza entre el hombre y la bestia marcada por la entrega, la hondura y ese maravilloso secreto de la naturaleza táurica al que se denomina temple. Y es que el toro, boyante y exigente a la vez, demandaba una muleta capaz de llevar su embestida cosida a los vuelos. Un engaño firme y poderoso que no se amedrentara cuando el viaje se ceñía hacia los adentros o que se sujetara impávida cuando al trazar el natural rebañaba esos centímetros –acaso milímetros– que marcan la diferencia entre las clases de toreros. Y todo eso y con creces fue capaz de hacer Diego Urdiales en Bilbao en una tarde en la que rayó a una altura sencillamente extraordinaria, y en la que en una labor marcada por la seriedad con la que impregna su toreo gracias a su colocación y pureza, dejó sentado en el ‘botxo’, y para que se sepa, que básicamente Diego Urdiales es un torero de clase, de gran clase. El diestro riojano se sacó al toro al platillo con dos tironcitos. Y allí, en la inmensa soledad del parduzco ruedo bilbaíno y cara a cara con las pavorosas astas de ‘Planetario’, se enfrontiló y le lanzó la muleta al hocico para dejar claro desde el primer momento que estaba dispuesto a torear de verdad. Por eso empezó a escanciar los muletazos en redondo muy por abajo desde el principio, obligando a la res hasta ese crepitar final donde sólo son capaces de llegar los toros verdaderamente bravos. En la segunda tanda, abrochada de nuevo con un mecido pase de pecho, comenzó a sonar la magnífica banda de Vista Alegre para acompasar el sonido del toreo de Urdiales con la simpática solemnidad del pasodoble: se contaron al menos cuatro redondos interminables, ligados, lentísimos, de esos que cortan la respiración. Y como el torero estaba en sazón y a pesar de que el astado era muy diferente por el pitón izquierdo, no tuvo reparo en sacar a pasear su hondo concepto del natural. En el primer muletazo, el toro se venía como un tren, pero lejos de desarbolar al torero, la serenidad y el valor fueron los principales aliados para bambolear la muleta y lograr esa maravilla casi dialéctica de la conexión invisible entre la fiera y el trapo, suavemente volado una y otra vez hasta conseguir naturales de porcelana, aparentemente frágiles por la desnuda verdad de su trabazón, pero mandones y de acero por la verdad de su composición. Y es que la plaza toda estaba absolutamente entregada con el torero riojano por la hondura de su trasteo, por su colocación, por destilar, en definitiva y como hizo en Madrid, el repertorio del toreo eterno. Además, y por si fuera poco, se fue tras la espada con toda la verdad y despenó al victorino de un estoconazo en todo lo alto. Se pidió con clamor el doble trofeo, pero Matías, que debe de tener el corazón de granito, sólo sacó una vez el pañuelo. La bronca que le pegaron fue memorable, pero más allá de las dos orejas –merecidas desde el humilde punto de vista de este cronista– lo importante fue la dimensión del torero arnedano: su colocación, su sabor, su clasicismo. En el segundo de su lote rayó de nuevo a un nivel excelente; sin embargo, la faena de la feria, y de muchas ferias, quedó grabada en su esportón. Por su parte ‘El Fundi’ dejó patente su maestría y su amor propio: se llevó dos feas volteretas y cobró una de esas estocadas que reconcilian con el toreo. Una torería la suya impresionante, cogido, herido y siempre por encima de las circunstancias.
o Toros de Victorino Martín, muy bien presentados, astifinos, hondos y con mucho cuajo y remate. El mejor toro de la corrida fue el tercero, encastado y boyante, un morlaco de bandera que pedía el carnet pero que desarrolló nobleza. El primero recordó a las ‘alimañas’ clásicas de este encaste. Casi ninguno se vino abajo en la muleta. El segundo toro de Urdiales, reservón, hizo una brava pelea en varas, aunque se paró pronto en el último tercio y terminó rajándose. José Pedro Prados El Fundi: saludos y oreja tras aviso. Antonio Ferrera: silencio y vuelta al ruedo. Diego Urdiales: oreja tras gran petición de la segunda y gran ovación con saludos tras aviso. Incidencias: presidió Matías González, que fue fuertemente abroncado tras no conceder a Diego Urdiales el segundo trofeo en su primer toro. Plaza de Toros de Vista Alegre (Bilbao), más de tres cuartos de entrada, en tarde fresca y amenazante de lluvia. Domingo, 24 de agosto de 2008. Esta crónica la he publicado hoy en Diario La Rioja y la foto es de Burladero.com, obra de Juan Carlos Terroso.
o Parte médico de El Fundi: "Herida en la región femoral de la extremidad inferior izquierda de dos trayectorias de 8 centímetros cada una en sentido medial y apical que no afecta ni a fibra muscular ni a estructura vascular. Pronostico reservado. No necesita de ingreso en centro hospitalario".