Diego Urdiales repitió ayer en Madrid en una de las tardes más esperadas de la Feria de San Isidro: la de los astados de Adolfo Martín, una ganadería de las preferidas de la afición venteña y de la que se esperan embestidas electrizantes, emoción y casta por doquier. Y el conjunto de cornúpetas enviado por el ganadero de Galapagar –sobrino del mismísimo Victorino Martín– fue todo lo contrario. Cuando se esperaba bravura asomó la mansedumbre, cuando se aguardaba emoción afloró el tedio y la casta indómita de los cárdenos albaserradas se tornó en debilidad de remos, claudicaciones, embestidas renqueantes y una sosería impropia de un hierro de tanto prestigio. Sólo se salvó el sexto, un toro muy en el filo por su escaso trapío, que recordó al menos el origen de su singular estirpe. Y es curioso, estuvo a punto de irse a los corrales y no poder desarrollar la dulzura con la que embistió a la pañosa de un Alejandro Talavante que le plantó cara con gallardía en los medios y que logró, en el mismísimo platillo, extraer los mejores muletazos de la tarde. Era casi de noche, el toro derrochaba calidad y tras una espeluznante voltereta, el diestro extremeño se entregó al natural en tres tandas sentidas y mecidas, muy templadas y perfectamente ligadas con bellos pases de pecho de pitón a rabo. Sin embargo, cuando parecía que tenía en su mano un oreja (o dos, quién sabe), falló con la espada y echó por tierra una de las mejores faenas de un feria de San Isidro que ya supera las veinte corridas y en la que apenas se han cortado cinco trofeos. Y uno de ellos lo logró Diego Urdiales el 13 de mayo, un triunfo que va a significar un pasaporte para un buen número de ferias y la posibilidad de haber actuado dos tardes en Madrid sin haber estado anunciado ni una en sus carteles. Y Diego fue despedido con gran respeto por la afición y a pesar de no haber podido refrendar su paso por Madrid con un nuevo trofeo, su crédito permanece intacto porque volvió a demostrar su torería, su capacidad y su clasicismo. Empezó su actuación toreando primorosamente con el capote: cuatro sentidas y preciosas verónicas rematadas con una media dictada con compás y al ralentí. El toro era muy noble, aunque no tenía chispa y ya se adivinaba en él la escasez de fondo. El torero riojano protagonizó la lidia del astado porque sabía que cualquier tirón o descompostura podría echar por tierra las posibilidades del débil adolfo. Y Diego Urdiales, respaldado por una afición que se identifica con su forma de hacer el toreo, planteó una faena en la que llevó en cada muletazo al toro prendido de los vuelos, templadísimo y dibujó una gran tanda de lances en redondo. Meció uno muy largo y tan profundo que Madrid lo coreó con un olé cerrado y tumultuoso. Parecía que iba a haber faena pero el toro ya había entregado lo poco que llevaba dentro. Porfió al natural y en cada segundo muletazo el albaserrada se quedaba a mitad del lance, debajo del torero y con la cara por el cielo. Tanto es así que Diego Urdiales hubo de agarrar el pitón para zafarse del astado. Madrid vibraba hasta que un inoportuno pisotón se llevó la muleta del arnedano. Mató de una media contundente y recibió una gran ovación unánime: había estado por encima de un toro con cierta calidad pero de muy poco fondo. El quinto fue uno de los peores de la corrida: parado, soso y sin gas. Uno de esos astados lamentables que no ofrecen nada. Sin embargo, Urdiales lo intentó todo por ambos pitones. No anduvo muy fino con la espada –metisaca incluido– y su labor fue silenciada con respeto. El Fundi dio una lección de torería en el cuarto: un ejemplar al que sobó y logró cuajar espléndidos naturales sueltos que fueron recibidos con indiferencia. Tras una gran estocada, resultó feamente volteado, el público se estremeció y le dieron una oreja de mérito y gran valor.
o Toros de Adolfo Martín: desigualmente presentados; alguno sin trapío para Madrid y de muy poco juego en general. A la corrida le faltó casta, motor, profundidad en las embestidas y careció de fuerzas. El mejor toro de la tarde fue el sexto, que fue el único que humilló y se desplazó con alegría por ambos pitones. El lote de Diego Urdiales dio pocas opciones: el primero tuvo calidad, sobre todo por el derecho, aunque se acabó muy pronto. El quinto, muy soso, no entró nunca en la muleta. José Pedro Prados ‘El Fundi’: silencio y oreja. Diego Urdiales: ovación con saludos y silencio tras aviso. Alejandro Talavante: silencio y ovación con saludos tras aviso. Plaza de Toros de Madrid, lleno de no hay billetes (24.000 espectadores). Viernes, 30 de mayo de 2008.
o Esta crónica ha salido hoy en Diario La Rioja, de Logroño, y las fotos son de Paloma Aguilar; una magnífica fotógrafa que posee ese raro don de observar con parsimonia acontecimientos que se precipitan en la retina de los demás. Tiene una página web preciosa (http://palomaaguilar.com/) y por si fuera poco, sus fotos aparecen también en Documentación, uno de mis blogs de referencia de esta pesadísima feria de San Isidro.