domingo, 18 de mayo de 2008

Urdiales o el toreo sutil

La torería es un concepto muchas veces sutil y en ocasiones tan delicado que es preciso detenerse en detalles aparentemente intrascendentes para comprender la íntima estructura de una faena, para saber las razones por las que un toro parece nada en manos de uno y en la muleta o capote de otro se recrece e incluso se multiplica. El caso es que Diego Urdiales volvía a La Rioja tras su triunfo en Las Ventas y regresaba en Alfaro, una plaza talismán y clave en su carrera profesional donde se le dispensa un trato lleno de cariño y parabienes. Ya tenía en el esportón la oreja del tercero y por eso deseaba rematar la tarde con un nuevo triunfo. Sin embargo, la suerte le había deparado un toro noble, boyancón y muy escaso de fuerzas como remate a la corrida. El piquero se había agarrado excelentemente bien en la base del morrillo pero el castigo resultó excesivo. El torero arnedano, que supo fajarse en Madrid con astados boyantes o en Logroño con cornúpetas fieros y muy exigentes, tiró de repertorio y buscó con conocimiento y técnica la fórmula para meter en la franela al último de doña Caridad Cobaleda, el único de los tres patas blancas negro, y el más feble de su dulcísima corrida. Y entonces, Diego Urdiales se dispuso a realizar un completo ejercicio de sutileza. Los cronistas taurinos clásicos llamaban a esta forma de torear inventarse la faena. El toro estaba tan encogido y tenía las fuerzas tan medidas que para lograr hacerle embestir no quedaba más remedio que utilizar el temple y la colocación en cada lance como si le fuera la vida en ello. Un tirón, una violencia o un estrépito y aquello se derrumbaría como un castillo de naipes. Por eso, la muleta de Urdiales viajaba con especial lentitud y poco a poco sus vuelos fueron seduciendo al de doña Caridad Cobaleda para dibujar algún natural templadísimo. Duró poco –no podía ser de otra forma– pero con tan poco el riojano construyó un mundo. Con el primero, éste de Urcola y con algo más de fondo, se embraguetó en una tanda extraordinaria en redondo: la planta muy asentada y la cintura acompañando cada lance con sabor y ritmo. El toro fue a menos al sentirse podido y la faena bajó en profundidad, aunque rezumara toda ella el aroma de un torero en sazón, de un torero con hambre de trascendencia. Sin duda, el mejor astato de la tarde fue el quinto: muy hondo, berrendo y de una belleza peculiar. Desparramó cientos de embestidas y tuvo siempre la virtud de ir a más y de entregarse en cada lance. Eugenio de Mora logró varias tandas ligadas y rítmicas; sin embargo, no logró la profundidad que un toro de su porte merecía. Lo mató de una estocada de efectos fulminantes y paseó una oreja. Vicente Barrera pechó con dos astados de muy escaso vigor que no le permitieron su característico toreo. Sin embargo, tampoco se apretó ni apostó con la suficiente decisión ni arrojo para lograr el triunfo. (Las fotos son de Alfredo Iglesias y el artículo aparece publicado hoy en Diario La Rioja).

o Corrida benéfica en Alfaro (La Rioja). Toros de Caridad Cobaleda, desigualmente presentados y muy cómodos de cabeza; con muy poquitas fuerzas. En general, resultaron muy manejables y dieron juego. El mejor fue el quinto, hondo, y muy bien hecho, que embistió incansable por ambos pitones, con sensacional nobleza, durabilidad y entrega. Hubo reses de dos encastes: de Encinas (1°, 5º y 6º) y de Urcola las restantes. Vicente Barrera: saludos y silencio. Eugenio de Mora: saludos y una oreja. Diego Urdiales: oreja y oreja tras aviso (salió a hombros). Plaza de Toros de Alfaro: unos dos tercios del aforo cubierto. Se levantó un molesto viento desde el tercer toro y empezó a llover de forma intermitente desde el cuarto. La corrida fue emitida en directo por el canal autonómico de Castilla-La Mancha.

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Blog de ideas de Pablo G. Mancha. (Copyleft) –año 2005/06/07/08–

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