El diestro arnedano cuaja dos grandes faenas y corta una oreja al cuarto, tras una gran estocada
El toreo auténtico; ése con el que se ha cimentado la leyenda de las grandes figuras de la tauromaquia, ése que llega al corazón, ése que arrebata porque brota del alma, ese mismo es el que hizo ayer Diego Urdiales en Madrid, en la sexta de San Isidro y ante dos toracos imponentes de romana desmesurada y de pitones astifinos que no regalaban ni una sola embestida si no les colocaban la muleta con la verdad inmensa que derrochó el diestro arnedado. La plaza toda, el siete incluido, se rindió ante un torero para ella desconocido; ante un torero que mucho más allá de orejas y de trofeos, se empeñó desde el primer momento en torear para sí, en dictar una parsimonia impresionante basada en los cimientos que ofrecen la serenidad, el empaque, la mentalización y salir al ruedo completamente convencido de que en su manos tenía el sentido exacto de la tauromaquia; ni un ademán de más, ni un gesto para la galería, ni un brindis al sol. Sólo el toreo, sólo la verdad desnuda del que alberga un anhelo en su interior y no le daban la oportunidad de expresarlo, de un hombre marginado por el sistema absurdo de una tauromaquia moderna y economicista, de un empresariado que le ha tenido dos años sin un contrato, sin una oportunidad. Pero al fin hubo justicia y Diego Urdiales triunfó en Madrid toreando de verdad, toreando auténtico, toreando como lo hacen las grandes figuras. El primero fue un toro bueno pero que no regalaba las embestidas. Diego lo probó con el capote y tras una excelente lidia de Víctor García ‘El Víctor’, se fue exactamente donde había bregado el torero de Calahorra. Y allí, sobre un baldosín, dibujó una faena mecida, con ambas manos, en la que brotaron algunos derechazos al ralentí, por abajo, con una hondura de las que ya no se llevan. Madrid crepitó en algún natural y al final, después de diez minutos de toreo de verdad, perdió la oreja por marrar con la espada. Nunca apuntó abajo y a la tercera lo tiró sin puntilla. Sin embargo, lejos de venirse abajo, Urdiales tomó aliento porque sabía que le aguardaba en chiqueros un torancón descomunal, un Torrestrella con gotas de Guardiola Soto que se salía de la plaza por su cuajo, por su impresionante anatomía y por las dos velas que adornaban su rizada testa. Y el torero riojano se recreció. De hecho, nadie podía imaginar que aquella mole tenía dentro de sí una de esas faenas memorables que se sueñan en las noches de invierno, una de esas faenas que hacen que una plaza como la de Las Ventas –la más exigente del mundo– se emocione por la colocación de un torero, por la forma de asentar las zapatillas sobre el albero, por echar los vuelos de la muleta sin importarle que delante estuviera ‘Dormidito’, un pavo, un galán, un toro verdadero. Y se fue a los medios, ciñó las distancias, y si había sido generoso en el sitio con el primero, acortó cada cite para dar exactamente con la tecla en la que en toro embestía. Y Diego muy quieto, extrañamente seguro y con un dominio de la situación sorprendente para alguien tan poco placeado, derrochó un asombroso sentido de la lidia, una naturalidad y un temple proverbial. Fue construyendo la faena, inventándose cada lance, sacando cada muletazo con una gran exposición. ‘Dormidito’ tenía el trece marcado en el costillar, era martes y trece y Diego Urdiales lo estaba cuajando en el centro del platillo. Tres series después tomó la muleta al natural y fue capaz de dibujar varios lances cadenciosos, entrelazados con un pase de pecho infinito. Madrid estaba en su mano, los tendidos rugían conmovidos por el toreo auténtico. Y lo mató de una gran estocada. El toro tuvo una bella agonía y Diego Urdiales un billete hacia su porvenir ¿Se puede pedir más?
o Plaza de Las Ventas: Sexta de la Feria de San Isidro. Lleno en los tendidos. Llovió de forma intermitente durante todo el festejo. Toros de Carmen Segovia: de imponente lámina; desiguales; el primero muy noble, el cuarto de mucho remate y el mejor, el sexto. Diego Urdiales: ovación con saludos tras aviso y oreja. Fernando Cruz: silencio en ambos. (aviso en el primero). Pedro Gutiérrez ‘El Capea’: silencio y pitos tras aviso.
o Diego Urdiales: «Estaba convencido de que era mi día»
Diego Urdiales atendía el móvil dese su habitación del Hotel Wellintong casi sin aliento, con la respiración entrecoratada: «Pablo, pon lo que quieras, soy el hombre más feliz del mundo, qué bello es el toreo».
– ¿Cómo se siente tras haber dejado patente en Madrid tu sentimiento como torero?
– No tengo palabras para describir la emoción que tengo dentro; de verdad, estoy tan contento que no sé ni qué decir.
– ¿Cómo late el corazón cuando 24.000 personas lanzan esos olés tan unísonos?
– Es algo indescriptible. La verdad es que estás tan metido en la faena que es algo alucinate sentir el toro, como pasa y al final del muletazo el público entusiasmado.
– ¿Qué ha sentido cuando ha pinchado la faena de su primero?
– Rabia; sin embargo estaba convencido de que era mi día; llevaba demasiado tiempo esperando esta oportunidad para desperdiciarla. Creo que ha sido muy bonito la forma en la que el público ha captado mi forma de entender el toreo y por eso yo estaba seguro de qué ése era el camino. Torear bien, torear despacio.
– El segundo toro de su lote era impresionante por su tremenda presencia, por sus pitones ¿Cuál ha sido el secreto?
– El temple y darle siempre su sitio. Era malo atacarle mucho y he ido poco a poco metiendole en la canasta. Además, con su volumen costaba mucho llevarle. De todas formas, ha sido generoso conmigo de la misma forma que yo con él. Y la gente lo ha visto.
– ¿Y la espada?
– Había que matarlo y me he tirado de verdad. Maravilloso ver esa plaza con todos los pañuelos flameando, la gente loca... No sé. Ha sido algo precioso.
– ¿Le va a servir?
– No quiero ni pensar en ello; lo ha podido ver toda España y yo lo que quiero es progresar y ser cada día mejor torero porque amo esta profesión. (Artículo publicado hoy en Diario La Rioja, la foto es de Fernando Díaz).