Pepín Liria, Antonio Ferrera y ‘El Cid’ esculpieron en Sevilla ante seis bravos ejemplares de Victorino un monumento a la belleza y autenticidad de la fiesta
‘El Cid’ acababa de labrar una de esas faenas suyas memorables, dictada al compás de una mano izquierda que transporta a los toros al ralentí mucho más allá de donde parece posible. Era el jueves de preferia y la Maestranza estaba encendida merced a la pujanza de los victorinos y de tres toreros auténticos. Y de pronto, a todo el mundo se le heló la sangre. Pepín Liria caminaba lentamente hacia ese cadalso tremebundo de la puerta de toriles: era su último toro en Sevilla y no podía despedirse sin ese gesto, sin ese tributo que le ha convertido en uno de los últimos toreros heróicos. Y salió Gallatero, a la postre el mejor toro de la tarde, llevándose por delante a Pepín, que no pudo librarse de la ciega embestida del astado. La anatomía del torero quedó inerte tras ser arrollada y desmadejada, aunque milagrosamente las puntas del victorino sólo hicieron presa en el vestido. Se levantó como un resorte y se entretuvo en lancearlo con gallardía con el capote. El toro fue siempre a más y propició una faena sin resuello pero repleta de emotividad y entrega. Sin embargo, el torero murciano recibió otra impresionante voltereta en la que el toro le prendió por la axila en unos segundos dramáticos en los que uno de sus banderilleros –Carlos Casanova– se tuvo que colgar materialmente de los cuernos para liberar a Pepín de una tragedia segura. Aquello fue un hervidero, una locura, una sucesión de emociones sin parangón que dieron sentido a una corrida que pasará a los anales: El Cid había descrito con su portentosa muleta un manual del mejor toreo y de la lidia perfecta; Antonio Ferrera se la jugó en banderillas y toreó con especial sentimiento y Pepín Liria, el día de su despedida del coso del Baratillo, dejó sobre su amarillo albero otra lección de profunda torería. El jueves estuvo en el programa taurino de Punto Radio La Rioja y explicó sus sentimientos: «No podía traicionar mis conceptos ni siquiera el último día. Existe un motor dentro de los toreros que nos impulsa, que nos hace tomar decisiones increíbles, pero ahí reside la grandeza de una fiesta que en su plenitud es incomparable, por eso el público se emocionó tanto en la Maestranza». (Artículo publicado hoy en Diario La Rioja).