No me preguntéis las razones porque no las sé. El caso es que hoy me he puesto más sentimental que de ordinario y me ha dado por acordarme de la vieja Manzanera; quizás sea porque hace unos días pasé muy cerca de donde se levantaba y vi una de esas moles arquitectónicas (muy redonda ella) a las que tanto nos han acostumbrado en las ciudades multiplicadas hasta el infinito y que brotan como setas. Y me dio pena. En esta plaza pasó de todo y era singularmente bonita. No sé si llegaba a bella pero para mí era toda una reina, con su puerta grande inspirada en la Puerta del Sol de Toledo, con su trazo mudéjar, con su cemento armado, con su alma torera. Taquio Uzqueda es un pintor logroñés dotado de especial sensibilidad para muchas cosas y especialmente para los acontecimientos cotidianos, nos sorprende ahora con estos preciosos dibujos de la inolvidable plaza en la que tantas veces tantos logroñeses habíamos soñado el toreo. En fin, como aportación personal, recupero dos cosillas que en su día publiqué en El País y en La Rioja sobre ella.
La Manzanera se retira
El 21 de septiembre de 1915 José Gómez Gallito y Juan Belmonte cobraron 7.500 pesetas cada uno por matar una corrida del duque de Veragua –valorada en 10.000 pesetas– e inaugurar el coso de La Manzanera, construido en 104 días y pionero en la utilización del cemento armado en España. La actual plaza de toros de Logroño salió de la cabeza de Fermín Álamo, un prolijo arquitecto riojano que la dotó de un estilo mudéjar inconfundible. 85 años después, como un torero ajado, se retira y cerrará sus puertas al final de la Feria de San Mateo para dar paso en unos meses a un nuevo recinto taurino cubierto, hermano gemelo del denominado Illumbe de San Sebastián y con capacidad para 11.000 espectadores. Logroño, que tiene fama por su hosca afición a decir de algunas figuras, verá así su última feria en este coqueto coso que la intemperie y el absoluto descuido han convertido en una vasija desconchada a la que sólo se la pinta y acicala lo estrictamente necesario para celebrar cada feria. Hasta hace unos meses, el inmueble era propiedad de una sociedad mayoritariamente riojana. La familia “Chopera”, que gestiona artísticamente la plaza desde hace 51 años, la compró y firmó un convenio con el Ayuntamiento de Logroño con el fin de recalificar el solar de La Manzanera para construir viviendas en el mismo y así financiar el nuevo recinto, valorado en más de 2.000 millones de pesetas y diseñado por los arquitectos Diego Garteiz y Javier Labad. Los terrenos que ocupará la nueva plaza son colindantes con el río Ebro y han sido cedidos por el consistorio logroñés. La inauguración está prevista en septiembre de 2001 y ya se especula con la contratación para el evento de una corrida de Victorino Martín, tan del gusto de la afición logroñesa y que lleva cinco años sin lidiar en La Rioja. No han sido muchas las voces que se han oído en Logroño cuestionando el derrumbe de La Manzanera, teniendo en cuenta que la obra de Fermín Álamo resulta clave para entender el entramado arquitectónico la ciudad. El Colegio de Arquitectos de La Rioja se ha mantenido en un segundo plano y sólo se ha escuchado alguna voz discordante en las refriegas políticas de los plenos del Ayuntamiento, en los que se ha cuestionado más la solución urbanística dada para los terrenos actuales y la situación de la futura plaza que la oportunidad de su demolición.
Paseíllo hacia la memoria
87 años después de que el arquitecto riojano Fermín Álamo viera cómo Joselito y Belmonte hacían el paseíllo inaugural de la plaza que acababa de construir, una enorme pala excavadora empezó el pasado martes a convertir en memoria el viejo coso de Logroño, popularmente conocido como ‘La Manzanera’. Esta coqueta vasija arquitectónica fue sufragada por una sociedad anónima logroñesa a mediados de 1915, después de quemarse el anterior recinto. Tras sólo 104 días de obra, el nuevo inmueble se levantó flamante y neomudéjar como un auténtico templo donde se iba a consumar buena parte de la intrahistoria de la ciudad, y no sólo en el aspecto taurino, ya que sus ahora desaparecidos graderíos vivieron con singular intensidad los multitudinarios mítines de la transición y los conciertos reivindicativos de la autonomía riojana. Además, de su parte más oscura, todavía se recuerda su utilización durante la Guerra Civil como campo de prisioneros por parte del ejército franquista. María Inmaculada Cerrillo, en su libro ‘Tradición y modernidad en la arquitectura de Fermín Álamo’, describe este recinto como “un anillo formado por planta baja y piso, del que sobresale un rectángulo correspondiente al cuerpo de entrada, formado por dos torreones que albergan la puerta principal, concebida a modo de arco triunfal. El planteamiento de esta fachada recuerda a la Puerta del Sol de Toledo, obra mudéjar muy significativa”. La novedad técnica que presentó esta plaza de toros fue la pionera utilización del cemento armado en España para lograr, según indicaba el propio Fermín Álamo en la memoria del proyecto, que “los tendidos vengan sostenidos por pilares de hormigón armado en dos órdenes concéntricos y un muro circular que es el de contrabarrera. Sobre estos pilares, y sobre este muro, se apoyan jácenas de hormigón con la pendiente necesaria que sirve de apoyo a las graderías y al tendido”. La plaza tenía un aforo de casi 10.000 espectadores, con la singularidad de que las localidades de sombra eran cinco centímetros más amplias que las de sol. A finales de 1999, la empresa del recientemente fallecido empresario donostiarra Manuel Martínez Flamarique ‘Chopera’, que venía gestionando el coso desde mediados del pasado siglo, compró la totalidad de las acciones de ‘La Manzanera’ y firmó un convenio urbanístico con el Ayuntamiento de Logroño, con el fin de recalificar el solar y construir viviendas en el mismo. A cambio, el consistorio logroñés cedió unos terrenos muy cercanos, donde la empresa de ‘Chopera’ ha construido la nueva plaza cubierta. No han sido muchas las voces que se han oído en la ciudad cuestionando el derribo de ‘La Manzanera’ teniendo en cuenta que la obra de Fermín Álamo resulta clave para entender el entramado arquitectónico de Logroño. Sin embargo, como recuerdo al espacio que ahora desaparece, el nuevo edificio de 243 viviendas se ordenará en torno a una plaza circular ajardinada que llevará el nombre de Manuel Martínez Flamarique 'Chopera’, en honor al empresario taurino recientemente fallecido y como recuerdo de la vieja plaza de toros ahora en trance de su definitiva desaparición.