Ahí está Curro, a punto de encenderse el cigarrillo, con el pitillo en la boca, con la presión exacta y contenida para saber que lo tiene levemente asido pero que se sujeta y no se cae. Ahí está Curro, tras un cristal haciendo no sé qué, pero con esa seriedad para nada retórica que le adorna, con esa impresión de que todo lo que mira, divisa o espera tiene el valor añadido de su ansia. ¡Pero si Curro no tiene ansia! ¿Qué dices? He ahí el maestro, con una comisura que lo dice todo sin desprender sílaba, verbo o adjetivo alguno; sin el chasquido de los labios te emociona con esos ojos de senador romano, de magister, de Escipión el Africano, de Don Antonio Chacón, porque Curro tiene los ojos de Papa del toreo y se le pone rictus de sabio cuando le da la gana y quiere. Y qué me decís de su frente, tan ampliamente despejada, tan limpia como el horizonte del Aljarafe; me estoy dando cuenta de que Curro tiene una frente preclara, una frente de imponente sobriedad, como su mirada, como sus labios que presionan con sutil y delicada armonía el cigarillo rubio que está a punto de encenderse. Ahí está Curro, el faraón, en un momento de intensa calma, como si supiera por dentro lo que es y estuviera hondamente satisfecho. (Foto: Matito, de www.sevillataurina.com).