El flamenco se degusta porque tiene hondura, porque es capaz de traspasar la epidermis y llegar a los pliegues del corazón. A veces, el cante, con su deslumbrante y compeja sencillez, vale por sí mismo; vale porque escuchar una soleá tan medida como la de Rocío en un entorno tan bello como es una bodega centenaria de Rioja, sinceramente, no tiene precio, no tiene parangón. Flamenco y vino, arte y sentimiento de dos culturas surgidas de las raíces más hondas y sinceras de los pueblos. Y es que Rocío Segura dejó en Cenicero un recital bellísimo que alcanzó su plenitud en dos cantes extraordinarios: la melismática soleá, en la que se entretuvo en rebajar los tonos y rebuscar en su garganta los tramos más delicados de su actuación y la granaína, en la que Manolito Hererra hizo crepitar a su guitarra. Qué belleza y qué expresión en la sonanta a través de uno de los palos más deslumbrantes del flamenco. Sin despeinarse, el joven tocaor dibujó una noche repleta de expresividad y de talento, con las notas medidas y un sonido bello y cristalino. El concierto mantuvo toda la noche un tono de gran intensidad dramática y Rocío lanzó la voz a las alturas en una demostración de poder en su garganta. Sin embargo, cuando bajaba los tonos y laceraba menos sus fragorosas cuerdas vocales, el cante le salía más límpido y con más enigma. Cantó muy bonito por Levante y la siguriya contó con momentos emotivos y aunque digan que Almería no sea una tierra buleaera, la verdad es que la joven cantaora se rompió a compás en dos tercios espectaculares. Una gran noche de cante y vino.
o II Ciclo Flamenco de Bodegas Riojanas. Cante: Rocío Segura; toque: Manolito Herrera
Auditorio de Bodegas Riojanas, en Cenicero: Lleno. Jueves 22 de noviembre de 2007